domingo, 24 de marzo de 2013

La Guerra

-Mi capitán, ¿cómo vamos?-
-Cabo, reúna a la tropa, es posible que necesiten una charla...-
-Si señor, enseguida. ¿Cree que sobrevivirán?-
-Tiempos difíciles se avecinan, Cabo, pero nada es imposible. ¿No se lo dijeron en la Academia?-
-No señor, me educaron en casa.-
-¡Vaya hombre! Haga el favor de llamarles, ande.-

Cuando todos los soldaditos se hubieron reunido en torno a la tienda del Capitán, éste les invitó a sentarse en círculo y los obligó a tomarse de las manos.

-Sé que no se llevan bien, ustedes. Sé que no tienen intereses comunes, que desean obtener condecoraciones y que creen que cada uno es mejor que los demás. No puedo hacer que se lleven bien, no puedo determinar quién es el mejor de ustedes, ni me importa lo más mínimo. Pero también sé que son hombres de coraje que llevan algo grande en su interior. Y todos y cada uno de ustedes son imprescindibles e inigualables. Quiero que recuerden esto último especialmente bien. No habría sido posible nuestra última victoria si nadie hubiera volado el puente, si nadie hubiera distraído la vanguardia enemiga, si nadie hubiera cercado la retaguardia... Callemos. Callemos, compañeros, que no subalternos, un minuto por aquellos de nosotros que ya no están. Callemos por nuestras familias, a la espera de noticias, a la espera de un lugar libre donde vivir. Callemos por los enemigos, que no saben aún de nuestras pesquisas, que serán hombres, como nostros, y que por algún desagradable plan del hado, están destinados a morir a nuestras manos... Callemos, y pensemos en el horror al que estamos sometidos, en las atrocidades que cometimos, que cometemos, que cometeremos. Callemos, confiando en que con nuestros actos lograremos nuestros fines bondadosos... pese a las enseñanzas de aquel que dijo que "el fin no justifica los medios". Callemos, y no pensemos en las vidas que acabarán y en las familias que quedarán mutiladas mañana por la mañana... Callemos, caballeros.-

Miraron todos al suelo, a la arena pisoteada del campamento y siguieron tomados de las manos. Y pasados unos instantes, el Capitán se levantó y les dijo.

-Si me disculpan, señores, lo he pensado mejor y yo paso de esta milonga. Tengo al señor Kant en alta estima, y comentó en algún papel aquello del imperativo categórico, y que las personas son fines en sí mismos, y otra serie de cosas que yo acojo de todo corazón. Así pues, guiarles a la victoria está en contra de mis ideales, y no lo voy a hacer. Les deseo lo mejor.-

-Tampoco queremos nosotros, Capitán. Lo hablabamos anoche en la enfermería, señor. Nos vamos con usted.-

Y en ese momento, sonó el teléfono situado en la tienda de las comunicaciones. 

-Ande, Cabo, cójalo.-

Y el cabo se adentró en la tienda, y pasados unos instantes salió con la cara más sonrosada y alegre.

-Capitán... que ellos tampoco quieren.-

-¿Que no quieren qué?-

-La guerra, que están hartos y que vienen para acá a jugar al mus.-

-Prepare los tapetes, Cabo, y delegue en alguien la tarea de distribuir los equipos en el torneo.-

domingo, 10 de marzo de 2013

Acogedor

Un ascensor de madera de una casa modernista, de otra época. Con paredes de cristal a través de las cuales veía el mármol y los descansillos iluminados. Pasaba horas infinitas y cortas en la casa de techos altos viendo álbumes rojos de 1995. Y al despedirnos, al montarme en el ascensor y notar cómo éste empezaba a a bajar miraba hacia la puerta de madera donde mi nonna aguardaba saludando y tirándome besos hasta que desaparecía de mi vista.

Una espalda y unos brazos calientes, suaves, salpicados de lunares. Me abrazan. No importa si es en una calle empinada filtrando el sol por las ventanas del coche, o si es de noche al lado del radiador. No tengo frío del mundo.

Un salón con un sofá naranjita de killing, bolsas de pipas saladas sobre la mesa de cristal (alguien ya se ha comido las suyas y sólo quedan las cáscaras sobre un periódico obsoleto), una bolsa de nubes, varios pares de zapatillas de andar por casa desperdigados en la alfombra de puntitos minúsculos. Salón de lectura o soma en famila. 

Mi bureau, mi caja rosa, mis cuadernos, mi navaja suiza, mi mochila de colores, mis siete libros, la basa, las tumbonas naranjas y amarillas de la era, el magnolio, tus cartas... todos van dentro.