jueves, 28 de noviembre de 2013

Rojo, Azul y Piedra

(Están Rojo y Azul sentados en un banco del parque. Al fondo hay una piedra. Rojo dibuja distraído con un palo en la arena del suelo)

-¿Qué haces?
-Nada.
-¡¿Qué haces?!
-Ya te he dicho que nada.
-No me lo creo.
-No me importa.
-Va, ¿qué haces?
-Cosas...
-Ya veo.
-Y si ves, ¿Para qué preguntas?
-Para que lo veas.
-¿Ver el qué?
-Lo que haces.
-Ah.

(Una pausa)

-Pero eso ya lo veo yo.
-No.
-¿Cómo que no? ¡Para eso ya lo estoy haciendo yo!
-Pero es que tú no quieres verlo.
-¿Por qué?
-Ya lo sabes.
-No, no lo sé.
-Pues ya lo sabrás.
-Vale.

(Otra pausa)

-¿Qué quieres?
-Lo mismo que tú.
-Mentira. Se te acelera el pulso.
-Vale.
-¿Qué quieres?
-Otra situación.
-¿Cuál?
-Ya sabes. Irme a esa esquina. Tropezar un poquito. ¿Tú no?
-No. Ni una pizca. Tropezar está feo.
-Pero es más divertido que estar aquí sentados.
-Pero está feo.
-Vale.
-¿Vas a tropezarte?
-No lo sé.
-¿Seguro?
-Seguro. Esas cosas no se saben.
-Vale.

(Tercera pausa)

-¿Pero quieres?
-Yo sí, pero tú no. ¿no?
-Si.
-¿Y qué hacemos?
-Nada. Estate quieto.
-¿Y si muevo la piedra?
-¡No!
-¿Y si la giro?
-Te olvidarás de que la has girado, te tropezarás, y te caerás.
-¿Y qué?
-Que está feo.
-Bueno.

(Cuarta pausa)

-¿Tú crees que la piedra se puede mover hasta aquí?
-No, sería raro.
-Y si viniera... ¿Me dejas tropezar?
-No. Y no va a venir.
-Pues yo quiero que camine hasta aquí.
-Pero no lo va a hacer. Es una piedra.
-A lo mejor es simpática.
-A lo mejor no.
-Vale.
-¿Por qué quieres tropezarte?
-Porque tú no quieres. Y siempre nos tienen que apetecer cosas distintas a tí y a mi.
-Ya. No me gusta.
-Voy a ir. Sólo a mirarla.
-No.
-¿Por qué?
-Porque no.
-Pues espero que venga.
-Hola.
-¿Ves?
-Vaya.
-Sólo tengo un rato.
-Ya te veíamos.
-¿Venís?
-(A la vez) Sí.
-(A la vez) No.
-Bueno, ¿Entonces?
-No vayas.
-Quiero ir. Es una piedra.
-No.
-¿Vienes?

(Sexta pausa)

-No, me quedo.

Fin

martes, 12 de noviembre de 2013

Como si fuera para mí

Pegué un bote en la cama y me apretujé contra el teléfono en cuanto oí tu voz:
-¡Hola!
Era sólo un "hola", pero dicho en un todo muy agudo y cantarín. Hacías el tonto y a mí me hacías reír aunque no quisiera.
-Tengo noticias.- añadiste.

Me contaste que por fín lo habías encontrado: era la siguiente pista en tu camino hacia el futuro. Era un cordelito de lana que había que seguir, y aunque tú intentabas quitarle hierro al asunto, yo sabía que era justo lo que necesitabas. 

Ese sitio tenía tu nombre y tus apellidos como carta de presentación, pero en el fondo ¿Qué más daba cómo fuera en realidad ese proyecto? Lo importante era que te daría esperanza, te demostraría que había mil sendas maravillosas ahí fuera que te estaban esperando, te insuflaría el aire renovador de las ilusiones. Y sería el siguiente peldaño en la escalera hacia... bueno, hacia donde quisieras tú.

Me alegré tanto que no sabía cómo hacértelo ver. Parecía que la que se iba  Lausanne era yo, y supongo que eso estaba relacionado con el hecho de que habíamos empezado a ser un mismo ente, sin darnos casi cuenta.

-Es... es... ¡fantástico!- y mi cabeza pensaba en qué te escribiría después, porque en ese momento me embargaba una felicidad explosiva.
-Me están llamando a cenar, amor...-
-Sí, yo igual. Parliamo dopo, caro mio ¡ciao!-