Ese instante suspendidos en el aire: cuando acabamos de saltar desde una altura considerable al agua y empezamos a notar la caída. Ese miedo fugaz que nos sobreviene sin avisar. Podemos reírnos antes de saltar, o cuando ya chapoteamos abajo... pero ese segundo de pavor no podemos remediarlo.
Ahora prolonga ese momento: estíralo y estíralo cuanto quieras, como un chicle. Y ponte a pensar. ¿Me haré daño? ¿Estará fría? ¿Habrá piedras en el fondo? y otras miles de preguntas que no importan, porque al final el agua estará fresquita, y si acaso te darás un ligero planchazo que no será para tanto.
Pero el miedo es natural. Y pese a que yo no he venido a este valle de lágrimas a sufrir sino a pasármelo bien, a veces también tengo miedo. Porque aunque sé que lees los párrafos muy despacio, es posible que acabes mi libro y no te convenza.
Ahora prolonga ese momento: estíralo y estíralo cuanto quieras, como un chicle. Y ponte a pensar. ¿Me haré daño? ¿Estará fría? ¿Habrá piedras en el fondo? y otras miles de preguntas que no importan, porque al final el agua estará fresquita, y si acaso te darás un ligero planchazo que no será para tanto.
Pero el miedo es natural. Y pese a que yo no he venido a este valle de lágrimas a sufrir sino a pasármelo bien, a veces también tengo miedo. Porque aunque sé que lees los párrafos muy despacio, es posible que acabes mi libro y no te convenza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario