Desde que tuvimos nuestra conversación no he podido parar de pensarlo: entonces ¿Quiénes somos en realidad?
Quequé, tú dices -poniendo esa boca de piñón propiamente francesa- que esa es la Quequé auténtica. Dices que tu esencia radica en los insultos nocturnos, en la ausencia de barreras, en la libertad. Dices que la Quequé que va a la universidad no es realmente quién eres, y que la Quequé verdadera -aquella que vive en el fondo de tus entrañas- sale a la luz cuando el sol se va.
Y yo te digo que no puedo soportar esa idea. Que yo también adoro la sensación de tener el mundo en las manos, me encanta la inhibición que traen las luces intermitentes y las copas de colores, y sobre todo, el éxtasis de estar así tú y yo, hasta que nos despierte el deber de ir a Novoli cuando vuelva el sol. Pero esa no soy yo. Poppy no es Poppy sin barreras, límites, cercas... impuestas desde la consciencia. Sí forma parte de mí ser saltármelas, pero siendo consciente de ello.
Yo también toco el cielo por las noches después de pasar todos juntos buenos ratos en tu casa, Quequé, pero no asumo como núcleo de mi ser las locuras que puedan pasar en esas noches. Las personas deleznables que podemos llegar a ser cuando decidimos ser salvajes no somos tú y yo. Sé de buena tinta que somos aquellas chicas que pasan una tarde en Le Cascine meditando tranquilamente mientras los castores se bañan en las orillas del Arno.
Vale, hay una chispa rebelde y desenfrenada en lo más profundo de nosotras. Pero no es nuestra esencia fundamental. Quequé, te concedo explotarla y divertirnos por Firenze, pero no te pierdas por las calles empedradas, porque mañana por la mañana tenemos que ser nuestra mejor versión: la más auténtica.
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