Ahí va Poppy, con sus botas de agua intentando sortear los charcos de la calle Luchana. No hay nadie fuera, será porque está chispeando, y a las señoras no les gusta que la lluvia les despeine el tocado de los miércoles y a los señores el mal tiempo les disgusta... aunque no a todos.
Ella sigue como si nada, en el fondo, las gotas son como besos pequeñitos en la cara. Y a veces, los besos de la lluvia son los más sinceros del mundo, la ternura del ambiente. Llega al final de la calle y decide dar media vuelta: arriba y abajo, arriba y abajo... lleva así toda la mañana, pero con música que le acompaña. Un grupo desconocido, pero interesante.
Al llegar al otro extremo de Luchana, Poppy se sienta en un banco a mirar el cielo gris. En Madrid los días grises no son como en Londres, allí la niebla baja hasta la altura de la barbilla y es imposible ver nada... tiene un punto romántico, misterioso... aquí son días tristones, de asfalto. Son días en los que hay que entornar los ojos porque la luz molesta.
La verdad es que lo de estar hecho un lío no ayuda, Poppy se coloca mejor el gorro y trata de aclarase la cabeza. ¡Ójala estuvieran Fadrique y Miguel para contarles todo! Pero sus dos hermanos se han ido a casa de Vicenta, y no volverán hasta dentro de varios días.
Quiere que llegue mayo... ¿o no? "Ahh... ya no sé nada de nada". Y tratando de despejarse de nuevo Poppy continúa su paseo por la calle Luchana: arriba y abajo, arriba y abajo... hasta que llegue la hora de comer.
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