sábado, 27 de octubre de 2012

Rojo y Azul




Rojo y Azul entran en escena. Se sientan en las sillitas del medio del escenario y esperan un rato, Azul de forma tranquila mirando al frente hieráticamente, Rojo, se entreteniene jugueteando con las manos.

-Mirando el jugueteo de Rojo. A mí también me gusta hacer el tonto, ¿Sabes?
-Sin mirarle. Pero nunca lo haces.
-Sólo cuando me lo puedo permitir. También hay que ser serios de vez en cuando.
-Pues podías echar una cana al aire en los "otros de vez en cuandos".
-Seco. Déjame.
-No.Venga, ríete, tómatelo con calma.
-Me lo tomo con calma, pero seriamente.
-Insistente. Déjate llevar. Escucha esto. Se pone la mano en el pecho, donde estaría el corazón.
-No. No lo oígo. Recuerda que no somos iguales, no hagas como que no lo sabes. Y además, es peligroso.
-Sí, es un riesgo. Pero merece la pena correrlo.
-Interesadamente. ¿En serio?
-Si, te lo estoy diciendo.
-Sacudiendo la cabeza enérgicamente. No. Yo te digo que no. Y no es que tenga miedo, es que sé que no compensa. Necesito garantías. Es lo más responsable.
-Esperanzadamente. ¿Y si te dijera que las hay? ¿Si te dijera que puede ser fabuloso te fiarías?
-Eso sería distinto, sin duda... Pero no lo has dicho.
-¿Tú quieres oírmelo decir?
- p=0,5
-Ya, lo imaginaba.
-¿Y tú quieres decirlo?
-La indecisión la tienes tú.
-Entonces ¿Quieres decirlo?
Pasa un rato en silencio.

-Levantándose de la silla y paseando por el escenario. Además, las cosas a mi manera siempre las hago bien. Lo sabes.
-Ya, pero tú también te quieres meter en este lío. ¡Admítelo!
-No, yo sólo quiero meterme si hay razones para ello, que es distinto. Y no soy imbécil.
-Dolido. No es de imbéciles hacer lo contrario.
-Se acerca a Rojo y le pone una mano en el hombro cariñosamente. Vale, pero yo no soy así. A mí me gusta el control. Y sólo hago bromas inofensivas, cuando son banales. Se retira a la otra punta del escenario.
-Sonriendo con calma y mirando al techo. Y a mí me gustan tus bromas serias...
-Entonces ¿No vas a insistir más?
-No. Cuando tengas tus garantías vendrás. No hay prisa.
-Pero...
-Y tienes razón... en parte. Comienza a hacer mutis por el foro.
-Se gira de forma repentina hacia Rojo al verlo marchar. ¡Espera! Hagamos un pacto. Un trato.
-Para y se queda quieto de pie. Eso es muy tuyo.
-Y por eso funcionará.
-Comienza a andar hacia Azul. Vale, a ver.
-Hasta que no veamos garantías mando yo, y nos guardaremos bien de todo. Pero me comprometo a seguirte en todo y a dejarme llevar una vez que las veamos. ¿De acuerdo?
-¿Hacerme caso en todo todo?
-En todo todo todo.
-¿Y si dejamos de ver las garantías?
-Entonces ya veremos qué hacemos... O mando yo, o sigues tú o hacemos otro pacto.


Rojo le tiene la mano rápidamente. Azul la estrecha asintiendo solemnemente.


TELÓN

miércoles, 24 de octubre de 2012

Buenas Noches

Está todo muy oscuro, y ya no quedan ni estrellas ni luna para alumbrar esta noche (me han dicho que se han ido de acampada al monte, que esperan allí), está todo callado y todos duermen, y sólo se oye el "tiqui-tiqui-tiqui" de las teclas del ordenador...

Yo iba a escribir la historia del fotógrafo en el café, pero prefiero pensar en lo agobiada que estaba esta mañana... y cuando lo comparo con lo callado que está todo esto no puedo evitar sonreír. 

Hay muchas horas en el día: justo antes del amanecer, todo está frío y es de un azul mojado, el viento nocturno se empieza a marchar y cuando uno está despierto a esa hora parece que el mundo le cuenta un secreto al oído sin que se enteren los demás. Cuando llega el sol, los ojos se achinan, y como los osos tras la hibernación vuelve todo al trajín cotidiano, primero despacio y a medida que pasan las horas el barullo aumenta... Con luz. Conscientemente. Con gente. Compartiendo.
Y el sol se empieza a marchar. En los días naranjas uno se acongoja; uno quisiera cambiar el reloj, adelantarlo o atrasarlo, pero no estar frente al trágico fin del día. La muerte del foco. Se despide como si fuera el último acto de la obra, lo sabe, y se esmera en su interpretación. Y es paulatino, sin darse uno cuenta, entra en el mar de la noche: púrpura, azul, negro.

Como ahora, que está todo muy callado y oscuro. Y me gustaría que estuvieras aquí para oír el silencio, porque al contrario que en el resto de horas, en esta no molesta nadie. Uno piensa en sus cosas sin ruidos de ambiente, uno fisgonea la calle y no pasa ni un alma, uno pasea por donde sea como si fuera el último habitante de la Tierra. Por la noche sólo se oye el "tiqui-tiqui-tiqui" de las teclas... o ni eso.

Buenas Noches.

martes, 9 de octubre de 2012

Carbeleño

Cuando volví a Carbel aquel año, pocas cosas habían cambiado. La tía María seguía con su huerto y su pozo, el kioskero de la plaza seguía vendiendo "La Marmota" y las misas de los domingos por la tarde se sucedían de semana en semana.

El problema era que yo había crecido. Pasé toda mi infancia en la capital, y sólo en los veranos iba a Carbel a ver a toda la familia. Y yo tenía otra visión del mundo: conocía las carreteras comarcales, había vivido en otras ciudades del país, había ido al extranjero, sabía idiomas, conocía otras opiniones... y en Carbel todo seguía igual: la valla del señor Roberto estaba igual de rota, mis primos seguían yendo de excursión al caño del colmenero, se seguía hablando el dialecto de allí y seguían empeñados en que Carbel era el mejor pueblo del mundo.

Y yo... ¡Pues claro que sí! Carbel era el mejor pueblo del mundo. Una alegría me inundaba el pecho cada vez que cruzaba el cartel de bienvenida, todos los años acababa con un nudo en la garganta por la emoción de ver los fuegos artificiales de las fiestas de Carbel, y para mí el camino del caño era uno de los paisajes más bellos que había visto nunca. Pero aquel año yo había crecido, y ya no era el niño que bajaba a comprar helados en pantalones cortos con mis primos a la hora de la siesta; llevaba tres años en la universidad y el mundo se iba descubriendo ante mí como un concepto complejo y, en ocasiones, doloroso.  

Estaban raros, los carbeleños empezaban a exagerar con aquello de que Carbel era la mejor patria del mundo. Quizá siempre fuera así, pero hasta aquel año no me percaté de la insistencia del pueblo en el tema, mis familiares soltaban comentarios aquí y allá, y hasta el alcalde había comenzado la campaña de "Carbel hasta el infinito" como forma de promover el pueblo. El problema era que no se trataba de una mera promoción, la campaña tenía un punto de desprecio por lo ajeno a Carbel. Sin embargo, yo no le dí importancia, porque yo era uno de ellos al fin y al cabo, y Carbel era el pueblo más bonito del mundo.

-Pero es que tú no eres de aquí- me dijo mi prima Mabel tímidamente cuando volvíamos todos esa tarde de ver la feria.
-Sí soy de aquí- le respondí yo muy tranquilo.
Ante mi respuesta se rieron un poco los demás.
-Hombre, carbeleño, carbeleño, no eres, Guille. No hablas el dialecto.- dijo Joaquin.
-Ni vives aquí- añadió Alberto.
Era cierto, no vivía allí durante el año, ni hablaba bien el dialecto; pero en los últimos cuatro años me había esmerado mucho y practicaba sin descanso con el tío Javier en la capital, por no mencionar que me conocía el pueblo casi tan bien como ellos y también tenía una casa, y unas raíces -ellos- con las que identificarme.
-Bueno, ¿Y si viviera aquí siempre, sería carbeleño?- les pregunté esperanzado.
-Pues eso sería interesante- empezó Sara dándome esperanza- pero igualmente, fíjate en mi abuelo Romero, lleva tooooda la vida en Carbel, pero no habla ni una palabra del dialecto; por eso, siempre ha sido, y siempre será de Villaconejos de Arriba. Por mucho tiempo que viva aquí y por más que esté casado con la abuela Adela.-
-Es verdad, hasta el alcalde lo decretó en la última ley de censo municipal.-
-Mira, Guille, requisito imprescindible...-

No volví a hablar en toda la noche, y quedé con aire apenado. Muy apenado. Me habían echado de su lado, me habían denegado un sentimiento. Puesto que ¿Qué es el nacionalismo sino un sentimiento? Eso decían los europeos del siglo XIX cuando revindicaban la formación de naciones importantes como Alemania o Italia, un sentimiento puro y duro que les unía a todos. Un amor a un territorio, a unas costumbres y a un idioma. ¿No contaba para nada que mi familia, mis orígenes estuvieran en Carbel? ¿El esfuerzo por aprender el idioma no importaba si no se llegaba nunca a dominar? El suelo desapareció bajo mis pies esa noche, ¿Qué clase de movimiento que instigaba la exclusión estaba promoviendo el alcalde con su legislación? Porque si bien hay muchos males en el mundo, el pecho se desgarra y no sana jamás cuando uno se convierte en un "sin tierra". Y eso me habían hecho a mí, me excluían de Carbel, me arrancaban de mis raíces y me denegaban un sentimiento.

Llegó a tal extremo la vanidad de mis bienamados carbeleños, que llegado el momento, el pueblo no quiso saber nada más del mundo exterior; se llevó a cabo un proceso de independencia y prosiguieron con sus vidas, aparentemente más contentos. Dos días después de la proclamación de la República de Carbel, llegó una carta oficial a mi casa con la firma del alcalde: se me concederían -si así era mi deseo- un pasaporte y la doble nacionalidad. Mas con el alma sangrando nostalgia y desengaño rompí la carta, ¿para qué quería lo que me pertenecía por derecho, si jamás lo reconocerían quienes más me importaban?