miércoles, 24 de octubre de 2012

Buenas Noches

Está todo muy oscuro, y ya no quedan ni estrellas ni luna para alumbrar esta noche (me han dicho que se han ido de acampada al monte, que esperan allí), está todo callado y todos duermen, y sólo se oye el "tiqui-tiqui-tiqui" de las teclas del ordenador...

Yo iba a escribir la historia del fotógrafo en el café, pero prefiero pensar en lo agobiada que estaba esta mañana... y cuando lo comparo con lo callado que está todo esto no puedo evitar sonreír. 

Hay muchas horas en el día: justo antes del amanecer, todo está frío y es de un azul mojado, el viento nocturno se empieza a marchar y cuando uno está despierto a esa hora parece que el mundo le cuenta un secreto al oído sin que se enteren los demás. Cuando llega el sol, los ojos se achinan, y como los osos tras la hibernación vuelve todo al trajín cotidiano, primero despacio y a medida que pasan las horas el barullo aumenta... Con luz. Conscientemente. Con gente. Compartiendo.
Y el sol se empieza a marchar. En los días naranjas uno se acongoja; uno quisiera cambiar el reloj, adelantarlo o atrasarlo, pero no estar frente al trágico fin del día. La muerte del foco. Se despide como si fuera el último acto de la obra, lo sabe, y se esmera en su interpretación. Y es paulatino, sin darse uno cuenta, entra en el mar de la noche: púrpura, azul, negro.

Como ahora, que está todo muy callado y oscuro. Y me gustaría que estuvieras aquí para oír el silencio, porque al contrario que en el resto de horas, en esta no molesta nadie. Uno piensa en sus cosas sin ruidos de ambiente, uno fisgonea la calle y no pasa ni un alma, uno pasea por donde sea como si fuera el último habitante de la Tierra. Por la noche sólo se oye el "tiqui-tiqui-tiqui" de las teclas... o ni eso.

Buenas Noches.

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