¡Ay Salzburgo! ¡Qué alegría haber ido a allí!
Cuando Anita me llamó por teléfono para contármelo no me lo podía creer: "Poppy, ¡Me han dado la beca! ¡Me voy para allá!" Era genial, se iba a hacer lo que siempre había querido: tocar el oboe. Y se me iba al mejor lugar al que podía ir. La iba a echar mucho de menos, pero era una oportunidad única.
Caminaba por las callecitas empedradas tratando de no resbalarme con el hielo y la nieve aplastada de la acera, y pensaba en la cantidad de veces que nos habíamos planteado el porvenir. Chamberí estaba lejos en el espacio y en el tiempo, pero de igual manera en mi cabeza se mantenía nítida la imagen de dos chicas que comentaban miles de problemas -o mejor dicho, tonterías- en un escalón de un portal serio.
Llegué al café dónde me había dicho que la esperara: el Café Mozart. Se trataba de un edificio del siglo XIX de ventanas amplias y con ornamentos dorados en la fachada. La verdad es que esa ciudad era maravillosa y desde el momento en que me bajé del avión tenía la certeza de haber llegado a un sitio especial. Me senté en una mesita de mármol de cara al interior del local y me distraje mirando los delicados frescos de las paredes.
-¡¡Poppy, ya estoy aquí!!- me gritó una voz a la espalda.
Me giré y la ví con su conocido gorrito de lana de dibujos en zigzag y con la bufanda tupida que le cubría gran parte de la cara, dejándo sólo visibles las dos mejillas coloradas por el frío y la nariz.
-¡M'Anita, en serio, qué ganas tenía de verte!- Nos abrazamos con mucha fuerza, como para partirnos las costillas, pero estábamos francamente ilusionadas de vernos... era de esperar.
-Cuánto tiempo hacía que nadie me llamaba M'Anita..-
Había sido su hermana pequeña Almudena la que empezó a llamarla así. Era una mezcal entre "Mi Anita" y "Hermanita". Y así se quedó en el cole también.
-Bueno, cuéntame. ¿Cómo te va todo esto? ¿Oboes? ¿Nieve? ¿Alemán? ¿Austriacos?- Añadí riéndome.
Se fue quitándo el abrigo y el gorro mientras se reía con mi broma y ví que se había hecho una permanente y ahora llevaba el pelo muy cortito.
-Bueno, me tomo las cosas con calma- Apareció un camarero de punta en blanco y en un perfecto alemán, M'Anita le pidió dos chocolates- Ya sabes, aquí hay muchas cosas, y hay que aprovecharlas. Pero Madrid... ¡Es mucho Madrid!.- Dijo guiñandome un ojo.
-¡¿Y la perm?! Madre mía, poquitos meses fuera parece que estuvieras en la peli de "Grease".-Nos desternillamos de la risa, y una señora gorda que estaba en la mesa de al lado nos puso mala cara.
-Ya sabes, ahora puedo hacer lo que siempre había querido-Me miró con complicidad y acto seguido se atusó el pelo con la mano izquierda como hacían las modelos del siglo pasado: poniendo la mano hueca y empujando la melena con suavidad de abajo a arriba. Ambas comenzamos a reirnos de nuevo sin poder evitarlo.
Pasamos toda la tarde en el café. Y los clientes fueron cambiando, y cuando ya se había ido el sol y los copos de nieve volvían a caer sobre Salzburgo, salimos del local.
-Bueno M'Anita, espero que me avises con tiempo sobre cuando vuelves a Madrid.-
-Bah, descuida, Poppy, si sólo me falta cerrar las maletas.-Se rió -En tres semanas estoy allí otra vez.-
Tras otro abrazo (altamente perjudicial para la columna) tomó el tranvía 41 y se perdió en la noche austriaca mientras que yo paseé hasta mi hotel donde me esperaba una tarta sacher de otra ciudad austriaca cercana.
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