miércoles, 4 de enero de 2012

El cerebro en su estado más puro

El otro día vino mi sobrino Carlos a casa. Tiene seis años y como soy su madrina, le ofrecí a mi hermano llevármelo a dar una vuelta por Madrid. Quizás debería explicar que mi hermano vive con su familia en un chalet grande a las afueras de la capital, y por eso Carlos piensa que los edificios grandes y los rascacielos sólo están en Estados Unidos. Había que enseñarle un poquito la ciudad.

Fue muy divertido, hacía tiempo que yo no tenía contacto con niños y se me había olvidado hasta mi propia infancia. Fuimos Carlitos y yo por la zona de Sol, conseguimos un globo de Bob Esponja, se montó en el trenecillo que han colocado en la plaza de Callao... 

Pero lo divertido fue subir por la calle Fuencarral hasta mi casa. Veíamos juntos los escaparates de las tiendas, cada cual más arreglado que el anterior. Y de repente, con su gracioso ceceo, Carlos me preguntó:

-Poppy, ¿Ezo ez un zeñor?- Señalaba con su manita al maniquí de una tienda el cuál había sido colocado boca abajo enterrado en un montículo de nieve artificial y del que sólo asomaban las piernas.

-¿Tú qué crees, Carlos? Porque a mí me parece que sí.- Le dije en un tono concienciado.

Me miró el niño con los ojos muy abiertos por el asombro.

-¡Qué nooo! Es broma, hombre...- Y cuando le saqué del error, relajó los músculos de la cara y volvió a sonreír aliviado.

Llegamos a casa y, aunque era un poco tarde, como era un día especial y tenía permiso de sus padres le puse una película. Dio igual: se quedó frito a la mitad.

Y aquí es dónde entra en juego la analítica científica: mi sobrino es bilingüe -su madre es estadounidense- y habla en sueños. Aprovechando que se había quedado dormido, cambié el idioma y lo puse en inglés, y cuál fue mi sorpresa al comprobar que en el momento en que los personajes empezaron a hablar en otro idioma, mi sobrino hizo lo propio en sueños.

El cerebro es fascinante, y los niños muy divertidos.

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