No sé si alguno leeréis esto, y si lo hacéis, seguramente pensareis que me estoy metiendo donde no me llaman... ¿pero qué le vamos a hacer? Son divagaciones que aparecen a altas horas de la noche y sin avisar, y lo único que puedo hacer yo es escribir y ponerlas un poco en orden.
Seamos francos, no os conozco, y vosotros a mí tampoco (bueno, vuestro líder y su mejor amigo quizá un poco más, pero tampoco es que nos hayamos sincerado con una botella vacía encima la mesa... aunque ahora que lo pienso sí lo hemos hecho, pero a medias tintas sólo, y no era una mesa, sólo una cama de hotel). Pero algo extraño pasa cuando lees los escritos de otro; parece mentira, pero estoy completamente segura de que metemos nuestra esencia en estas líneas (incluso aquel que se burla de sus propios escritos con intención de cubrirse de una coraza está dando a conocer algo íntimo de su persona). Dejamos nuestro sello.
Es como si el escritor se desnudara ante su público (a algunos no les cuesta porque tienen las vergüenzas muy bien domesticadas; a otros un poco más, e intentan camuflar sus inquietudes con metáforas e historias inventadas) y eso asusta. Asusta al lector que se sorprende dentro de la mente del autor, y asusta al lector como autor, pues entiende que él también está condenado a desnudarse cada vez que se sienta a crear algo. Porque ¿Qué estoy haciendo yo aquí a la una de la madrugada sino? Pues desnudarme, eso estoy haciendo.
En fin, yo no quería centrarme en esto de la sinceridad, yo quería hablar de otras cosas. Un punto de fascinación tienen ustedes, caballeros. Con toda esa atmósfera esperpéntica, alternativa y... suya. Hay cosas que las ves de lejos y sabes que las quieres; bueno, pues yo quiero eso. Se sabe de qué calaña está hecho cada uno. Y también se sabe qué es profundo, trascendente; el caldo que tiene sustancia huele desde el hueco de la escalera, no hace falta entrar a la cocina y probarlo para saber que es bueno.
He de reconocer que había perdido un poco la esperanza en mi generación, quizá sólo sea que hay poca gente que de a conocer su lado más trascendental, esa faceta que algunos considerarán débil. Me alegro de haberme asomado a la vuestra.
No puedo dar consejos, estoy igual de desubicada que ustedes -aunque parezca que estos escritos sean unas crónicas de Los Mundos de Yupi-. Sólo me queda decirles a aquellos que se torturan que dejen de hacerlo. Aquel que se pregunta y que reflexiona, por perdido que se sienta estará siempre en mejor posición que aquel que no intenta descifrar el sentido de la existencia.
Porque para eso estamos aquí: para saber por qué estamos aquí.
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