lunes, 30 de julio de 2012

Estar ahí


Me senté en el banquito de madera mirando a la bahía. Tenía todo el pelo mojado pegado a la cara, y la lluvia -la sábana de agua- seguía cayendo. Parecía que alguien estuviera exprimiendo  las nubes y retorciéndolas hasta que soltaran toda el agua. Era casi violento, y encima, estábamos en temporada de huracanes.

Pero no hacía frío. La ropa, mojada y tibia, se adhería a mi piel, y cada vez se hacía más pesada por el agua que absorbía. Cerré los ojos y sentí las gotas resbalar por la nariz, por los hombros, por los tobillos... hasta el charco embarrado que estaba a mis pies.

Abrí los ojos, me aparté el pelo de la cara y sonreí. Sonreí porque no me lo estaba perdiendo, porque estaba ahí sola disfrutando del espectáculo: palmeras brillantes vencidas por el peso del agua, olor de charcos, de tierra mojada, y una lluvia -casi sólida- que distorisionaba la visión.

Sólo se oía el estruendo del agua, los árboles que crujían bajo el pso de la lluvia, y mi propia respiración.

No iba a ponerme a pensar en la civilización y en lo que ella conllevaba. Creo que nunca había visto llover así, pero estaba decidida a ver el fenómeno entero, así que me acomodé en el banquito y esperé a que la lluvia cesara y se me secara el pelo al sol.

Terms and conditions

Therefore, we request:

-Forever linked, even bonded.
-Daily "Lifting experience"
-Daydreaming bonus
-Permanent laughter
-Romantic dynamics
-Additional nonsense

Signature ..........................         Date.............................

Once this binding document is signed, it is also requested additional effort as well as meeting the requirements disclosed above.

***

And yet, every candidate, every new meeting, every potential lover is carefully analysed and rejected. No signatures to be seen. Disagreement between the parties.

viernes, 27 de julio de 2012

Tenía los cascos puestos

Salí del lobby con las deportivas bien atadas, a paso lento y con el pelo rubio retirado de la cara para poder ver bien. Pasé la garita y llegué al puente que unía Sole Island con el resto de Miami. El mar contaba historias azules... pero yo no las oía, porque tenía los cascos puestos.


En determinado momento la batería empezó a sonar, se juntó el bajo, se unieron las gitarras y el cantante no cantó: empezó a gritar con todo el aire de sus pulmones. Le contaba al mundo lo capaz que era, lo vivo que estaba y demostraba su determinación. Fue por los gritos que empecé a correr, corrí todo el trecho final del puente y llegué a tierra firme; se acabaron el acero y el el cemento suspendidos sobre el mar.


Seguí corriendo, saltando por el alquitrán negro bajo las palmeras y las lianas que intentaban sobrevivir entre los chalés de Miami... los cantantes se sucedían, y todos contaban algo distinto. Ya no había gritos, pero siempre estaban los golpes sordos de la batería al fondo. Iban al ritmo de mis pasos, que hacían "tap, tap, tap" en el suelo a medida que corría... pero yo no los oía, porque tenía los cascos puestos.


Entré en el parquecito ensimismada, pensando en lo que había hecho aquella mañana al despedirme de los recepcionistas, y sonreí con maldad cuando me acordé de cómo se les iluminó la cara cuando les sonreí con dulzura. Como si aquella sonrisa fuera dirigida particularmente a cada uno de ellos, y no un artificio creado en el espejo aplicable a la generalidad. Aceleré el ritmo cuando mi mente se paró a pensar en todos y cada uno de los "pagafantas" que había creado en aquel viaje. Hice recuento: una cocacola, una entrada a una discoteca, varias comidas, una tarta... ¡Quién te ha visto y quién te ve, Alicia! ¡Pobres infelices! Como si a mí me importara lo más mínimo cualquier cosa que hicieran para complacerme.


Cuando estaba en la mitad del caminito que atravesaba el parque me paré a pensar en qué quería yo. Porque, desde luego, había que admitir que lo anterior era divertido, pero no era una meta... era un pasatiempo. Yo quería escribir un cuento cursi, enrevesado pero corto, en el que el el asentamiento llegara pronto para poder prolongar el "y vivieron felices y comieron perdices" hasta el final de mis días... Pero también quería vivir aventuras, estar despreocupada y no quería tener hijos en aquel momento. ¡Si aún no me hubiera enamorado nunca! Pero ya sabía lo que era no pensar en nada y en todo a la vez, y el resto de chorradas que hacían que la vida incluso mejorara a la mejor de las historias inventadas...


Así que mientras sobrepasaba a los culturistas que hacían flexiones en la esquina oeste del parque, llegué al resumen del problema: quería vivir sin comprometerme pero quería enamorarme. ¿Cómo se comía aquello? Otro cantante había empezado a llorar una balada en mis oídos... aminoré el paso para poder pensar mejor. Un perro ladraba a las lagartijas cerca de los culturistas... pero yo no lo oía, porque tenía los cascos puestos.


Salí del parque y volví a la carretera, a deshacer lo andado y a volver a Sole Island. Ahora iba más rápido porque alquien volvía a gritar la solución a los problemas configurada en un pentagrama. Y yo seguía rumiando el ensamblaje de la juventud, la coherencia y la diversión y tratando de averigüar si era factible todo aquello.


Torcí a la derecha, y ya ví el principio del puente para llegar a Sole Island, sólo quedaban unas calles entremedias para llegar hasta él. Y mientras me apartaba un mechón rubio de los ojos, pensé en el puzle que se me presentaba, tan extravagante y provocador. La conclusión, tras dos calles y a pocos metros del puente, llegó clara: tenía todavía tiempo para enamorarme muchas veces.


Y fue justo en ese instante cuando el coche me atropelló... pero yo no lo oí, porque tenía los cascos puestos.

miércoles, 18 de julio de 2012

Verídico Miami

Vivimos la señora Olga y yo en su apartamento de Miami aquel verano. Ella acababa de enviudar hacía un año. Nunca me lo dijo, pero estaba claro que le encantaba su modus vivendi y para ella su vida estaba completa.

Piscina, gimnasio, pistas de tenis y playa privada... sin olvidarnos de los botones, los chóferes y el resto de personal de la isla: Sole Isle. Se había acosturmbrado a vivir casi sin salir de allí, y no era raro ver a la señora Olga pasearse por las instalaciones de tenis en sus falditas cortas de tenis, con sus 60 años ya pasados y su bronceado profesional.

Nos paseábamos las dos en su cadillac blanco durante los fines de semana, y frecuentábamos todas aquellas tiendas en las que las etiquetas tenían un par de ceros a la derecha como mínimo. "¡Esto es espectacular, querida! Ni lo pienses. Cómpralo." me decía con su acento. Yo sonreía y actuaba como si todo aquello que estaba viendo fuera totalmente obvio y comprensible, pero me horrorizaba su concepto de "Yo es que soy ecologically friendly, querida. Y todo lo que yo como es natural." porque sabía que se dejaba las luces encendidas toda la noche, y era yo quien me levantaba a apagarlas porque no lo podía soportar.

Conocí a la señora Olga a través de la señora Mirle, que a su vez era una conocida de la familia de los Tey de Venezuela, entre los cuales estaba el antiguo mánager de Miranda Rijnburger, cuya hermana -Silvia Tey- era amiga de mi tía. Y así fue cómo llegué al apartamento de Sole Isle.

Yo salía todas las mañanas a trabajar al banco, vestida con aquellos vestidos y trajes de ejecutiva que obligaban a todos los mozos de Sole Isle y demás personal de seguridad a intentar sacarme conversación sobre si prefería al Barça o al Madrid... Una pena, porque yo habría caído con cualquier alusión cultural más allá de prejucios y patrones deportivos. Y me montaba en el asiento trasero de alguno de los coches para que los chóferes me llevaran a Brickell cuanto antes.

Y por las tardes iba a Miami Beach, a bañarme en South Beach donde todas las celebridades se exhibían a menudo. A mí lo que me gustaban eran las puestas de sol, las cuales eran impresionantes desde allí: las palmeras no dejaban ver el sol entero nunca y filtraban la luz naranja creando sombras paradisiácas. Pero la señora Olga me decía arrastrando las eses "Querida, tienes que irte de "shopping" al "mall" que está al lado de South Beach, así tendrás todo lo que ellos tienen... ¡qué es la mejor calidad, por supuesto!"




Y yo... yo en vez de eso iba paseando al parque cercano a casa, intentando recordar los tiempos en que el coche no era necesario para vivir. Sonreía a  mis coworkers y bebía vodka con piña y cranberry a escondidas.

martes, 3 de julio de 2012

Chicago in love


Es increíble, sencillamente increíble. Cuando paseas por la ciudad necesitas sujetarte la cabeza con ambas manos para poder ver el final de los rascacielos. El centro financiero desprende un glamour insólito. Hay edificios de estilo art decó por todas las esquinas, como si fuera lo más normal del mundo.

Y Mies, con su muro-cortina, me saluda un par de veces. Al subir al piso 15 del 500 de North Michigan Avenue, estoy a la misma altura que los rayos que veo caer sobre la ciudad. Pero al cabo de media hora vuelve a brillar el sol, y la gente suda azúcar...

"No te enamores, Poppy, de verdad que no vuelvas del otro lado del charco enamorada" Me dijeron. Y yo, no pude resistirlo. Me he enamorado: de Mies, de Red Mango, de las tormentas que arrancan los tejados de las casas de la periferia, del Art Institute, de vivir en pantalones cortos... American way of life.

Hicimos hogueras y quemamos nubes de gominola, vimos los fuegos artificiales del 4 de julio, nos sentamos en el césped del Millenium Park, desayunamos tortitas... Es distinto y a la vez conocido. Curiosamente tangible, real.



En fin, en unas horas vuelo a Miami, y llevo tu foto en la cartera, Mike. ¿Qué he hecho? Me dijeron: "No te enamores, Poppy, de verdad que no vuelvas del otro lado del charco enamorada" Y no vuelvo aún al viejo continente... pero creo que ya he pasado del consejo.