miércoles, 18 de julio de 2012

Verídico Miami

Vivimos la señora Olga y yo en su apartamento de Miami aquel verano. Ella acababa de enviudar hacía un año. Nunca me lo dijo, pero estaba claro que le encantaba su modus vivendi y para ella su vida estaba completa.

Piscina, gimnasio, pistas de tenis y playa privada... sin olvidarnos de los botones, los chóferes y el resto de personal de la isla: Sole Isle. Se había acosturmbrado a vivir casi sin salir de allí, y no era raro ver a la señora Olga pasearse por las instalaciones de tenis en sus falditas cortas de tenis, con sus 60 años ya pasados y su bronceado profesional.

Nos paseábamos las dos en su cadillac blanco durante los fines de semana, y frecuentábamos todas aquellas tiendas en las que las etiquetas tenían un par de ceros a la derecha como mínimo. "¡Esto es espectacular, querida! Ni lo pienses. Cómpralo." me decía con su acento. Yo sonreía y actuaba como si todo aquello que estaba viendo fuera totalmente obvio y comprensible, pero me horrorizaba su concepto de "Yo es que soy ecologically friendly, querida. Y todo lo que yo como es natural." porque sabía que se dejaba las luces encendidas toda la noche, y era yo quien me levantaba a apagarlas porque no lo podía soportar.

Conocí a la señora Olga a través de la señora Mirle, que a su vez era una conocida de la familia de los Tey de Venezuela, entre los cuales estaba el antiguo mánager de Miranda Rijnburger, cuya hermana -Silvia Tey- era amiga de mi tía. Y así fue cómo llegué al apartamento de Sole Isle.

Yo salía todas las mañanas a trabajar al banco, vestida con aquellos vestidos y trajes de ejecutiva que obligaban a todos los mozos de Sole Isle y demás personal de seguridad a intentar sacarme conversación sobre si prefería al Barça o al Madrid... Una pena, porque yo habría caído con cualquier alusión cultural más allá de prejucios y patrones deportivos. Y me montaba en el asiento trasero de alguno de los coches para que los chóferes me llevaran a Brickell cuanto antes.

Y por las tardes iba a Miami Beach, a bañarme en South Beach donde todas las celebridades se exhibían a menudo. A mí lo que me gustaban eran las puestas de sol, las cuales eran impresionantes desde allí: las palmeras no dejaban ver el sol entero nunca y filtraban la luz naranja creando sombras paradisiácas. Pero la señora Olga me decía arrastrando las eses "Querida, tienes que irte de "shopping" al "mall" que está al lado de South Beach, así tendrás todo lo que ellos tienen... ¡qué es la mejor calidad, por supuesto!"




Y yo... yo en vez de eso iba paseando al parque cercano a casa, intentando recordar los tiempos en que el coche no era necesario para vivir. Sonreía a  mis coworkers y bebía vodka con piña y cranberry a escondidas.

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