lunes, 30 de julio de 2012

Estar ahí


Me senté en el banquito de madera mirando a la bahía. Tenía todo el pelo mojado pegado a la cara, y la lluvia -la sábana de agua- seguía cayendo. Parecía que alguien estuviera exprimiendo  las nubes y retorciéndolas hasta que soltaran toda el agua. Era casi violento, y encima, estábamos en temporada de huracanes.

Pero no hacía frío. La ropa, mojada y tibia, se adhería a mi piel, y cada vez se hacía más pesada por el agua que absorbía. Cerré los ojos y sentí las gotas resbalar por la nariz, por los hombros, por los tobillos... hasta el charco embarrado que estaba a mis pies.

Abrí los ojos, me aparté el pelo de la cara y sonreí. Sonreí porque no me lo estaba perdiendo, porque estaba ahí sola disfrutando del espectáculo: palmeras brillantes vencidas por el peso del agua, olor de charcos, de tierra mojada, y una lluvia -casi sólida- que distorisionaba la visión.

Sólo se oía el estruendo del agua, los árboles que crujían bajo el pso de la lluvia, y mi propia respiración.

No iba a ponerme a pensar en la civilización y en lo que ella conllevaba. Creo que nunca había visto llover así, pero estaba decidida a ver el fenómeno entero, así que me acomodé en el banquito y esperé a que la lluvia cesara y se me secara el pelo al sol.

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