jueves, 23 de febrero de 2012

La regla del 100%

Cuando de la vida tangible se trata, no hay opciones. Nadie es perfecto, los hay que se esfuerzan y que ponen todo su empeño en ello, y los hay que hasta se acercan, pero nadie consigue alcanzar plenamente ese objetivo. Tenemos muchos ámbitos en nuestra vida:

  • Familia
  • Responsabilidades a largo (estudios, trabajo...) y a corto plazo 
  • Amistades
  • Hobbies

Estos son sólo unos vagos ejemplos. Por supuesto, damos cabida a un sinfín de cuestiones y todas se podrían desarrollar con todo lujo de detalles en un complejo diagrama de árbol... pero esa no es la cuestión.

Se podría afirmar que la perfección consistiría en llevar bien todos y cada uno de los aspectos de nuestra vida. "Bien global" O al menos, conseguir que vayan bien en tanto en cuanto que somos responsables directos de aquello que nos ocurre (no tenemos potestad frente al azar o la suerte). Para ello, necesitaríamos tiempo y energía. En grandes cantidades.

No se puede. Siempre habrá algún ámbito con el que no estemos satisfechos, siempre habrá algo que nos dejemos en el tintero... Nunca rendimos al 100%, y si lo hacemos, nunca duramos mucho tiempo.

Así pues, sólo nos queda formular una serie de directrices a seguir con la máxima rigurosidad -humana- posible y esperar el resultado.

Prioridad, eficiencia y humanidad.

martes, 21 de febrero de 2012

Esperando

Poppy está apoyada en la pared de la casa, parece que está posando para alguna foto. Lleva esos pantalones largos tan pegaditos y un jersey, también largo, de lana que parece abrigado. Mira a algún punto en el infinito y sonríe un poquito. Pero no está posando, Poppy vive posando: en el metro, en el bus, caminando a casa, estudiando... Poppy posa. Posa desde que en el jardín de "trencadis" le decían que sonriera con los dientes mellados a la cámara de su abuela. 

Tiene puesto -además de la cazadora negra- el gorro gris de lana, tan desenfadado. Y las gafas de sol, porque no puede con la fotofobia que le da el sol mañanero, le dan un aspecto curioso, como si no fuera de aquí. Hoy es unos centímetros más alta que de costumbre... cuestión de zapatos.

Todo está en su sitio, hasta el mechón castaño oscuro que le invade la cara empujado por el viento. Y en la cartera de treinta años de edad lleva libros y papeles. Algún exito de algún roquero que esté a punto de extinguirse suena en los auriculares que lleva Poppy en los oídos. Y muy quieta, sigue ella posando en la esquina de la calle. En la foto se olería el perfume de Poppy, el de siempre, ese tan particular que cree estar empezando a segregar de forma natural...

Y justo cuando el objetivo se debería cerrar para pillar a Poppy parada por siempre, llega él. "Perdona, Poppy, que llego tarde". Poppy cambia su pose: sonríe, se separa de la pared y sube la calle acompañada.

viernes, 10 de febrero de 2012

Clarajillos

La idea fue de un amigo: siempre había estado enamorado de mí, y cuando abrió el bar de copas no se le ocurrió otra cosa que  ponerle mi nombre a una bebida que se había inventado. Lo peor fue que la bebida en cuestión estaba buenísima y tenía éxito. 

"CLARAJILLOS-TRES VARIANTES: DULCE, FUERTE Y ORIGINAL"

Puso Emilio el bar en Malasaña, y a los pocos días llenó la calle con cartelitos y flechas que apuntaban al mismo y anunciaban "mi bebida". A mí me tocó mucho la moral. No me gusta nada llamar la atención y encima el tío se cachondeaba del asunto diciéndole a cualquier cliente mientras me señalaba: "¡Esa, esa es Clara, la musa que me ha inspirado a crear la delicia que te estás tomando!". Porque la gente no iba a su bar más que para tomar Clarajillos. ¡Y vaya que si venían!

Todos los amígos pasábamos al menos un día a la semana por el bar de copas de Emilio: tenía un ambientazo y era la primera parada de la noche, para salir de allí ya preparados con el Clarajillo en vena. Yo siempre me negué. No quería probar el dichoso Clarajillo, me ponía de los nervios y desde el principio lo aborrecí, por muy bueno que dijeran que estaba.

Era curioso, porque a todos, sin excepción alguna, les gustaba: Silvia, que adoraba todo lo empalagoso, tomaba clarajillos; Javi, el cuál bebía todo lo que fuera fuerte y a palo seco, pimplaba clarajillos y Daniela, que tragaba lo que fuera, también se los adoraba. Emilio cambiaba un par de cosas en la receta (la cual seguía siendo un misterio) y la adecuaba al gusto del consumidor casi sin cambiar la esencia.

Pero decidí ceder ese viernes. Estaba ya un poco cansada de que siempre insistieran; hacía ya tiempo que los clarajillos formaban parte de nuestras vidas -aunque su fama y el furor que causaban en los nuevos clientes de Emilio no parecían disminuir nunca- y ya era hora de que me dejaran en paz. Me llevé la copa a la boca y tragué el líquido morado.

Desde entonces no he vuelto a tomar un clarajillo, pero fue la mejor noche que he vivido nunca.

Cal Hico, completo

Nos tumbamos los dos en la explanada de cerámica. Era ya de noche, y como estábamos lejos de la ciudad las estrellas se podían ver. ¡Qué imagen tan cursi! Poppy y Mr. Jersey, juntos viendo la noche. En fin, a mí me gustaba... y, por la cara que se te quedó para el resto de la noche, sé que a ti también. 

Olía a mar, y se levantaba esa brisa tontorrona que lo acatarra a uno en pleno verano. Te acercarse más a mí y se me pasó el frío... yo siempre con frío. Salieron cinco murciélagos del ciprés alto, y vimos las cinco siluetas negras recortadas contra el fondo morado del cielo; revolotearon divertidos por el jardín y se perdieron en el seto de madreselva.

Nunca me habías dicho nada. De tu boca nunca había salido una frase cautivadora. Los hay que utilizan las palabras para conquistar, pero tú sólo hablabas con los ojos y con los gestos. Y en ocasiones combinabas los dos. Había aprendido a leer tus acciones, y a descubrir qué querían decir en realidad cada uno de tus gestos.

Pero quizás fue el aroma a jazmín del jardín trasero, o tal vez la luna llena que iluminaba todos los lunares de mi cara, o el sonido del agua que bajaba por el caño al estanque del jardín... quizá fue sólo una de esas cosas, puede ser que no fuera ninguna o la combinación de todo, pero el caso es que te acercaste a mi oído y me susurraste:

-Poppy, te quiero mucho. Lo sabes ¿verdad?

martes, 7 de febrero de 2012

Insomnio

Dormías tranquila, y veía tu silueta subir y bajar al ritmo de tu respiración. Un poco de luz nocturna se colaba por los estores de la ventana e iluminaba suavemente tu pelo rubio ceniza. Yo, en cambio, estaba totalmente desvelado y no sabía ya qué hacer para conseguirme dormir. No quería moverme por miedo a despertarte, pero eran las tres de la mañana y quería dejar de ver pasar las horas en el reloj luminoso de la mesilla.


Lo había intentado todo: contar ovejas, dejar la mente en blanco, idear crucigramas... nada servía. Con todo el sigilo que pude fui a la cocina a por agua; colgado en el pomo de la puerta del cuarto estaba tu gorro marrón, qué guapa estabas con él puesto... ¿Y yo por qué no me dormía? Pensaba mientras bebía el vaso de agua. Tampoco es que tuviera problemas ni agobios particularmente preocupantes...


Dejé el vaso en la pila y volví a la cama. Mi sitio se había enfriado durante mi ausencia. No estabas tan dormida como yo creía, porque  me preguntaste desde tu lado de la cama "¿No te duermes?". "Ya ves, insomnio. ¿Y tú qué haces despierta?" Te reíste en un susurro y me respondiste a la par que me abrazabas por la espalda "Lo mismo que tú, tonto, no puedo dormir."


Lo siguiente que recuerdo fue despertarme a la mañana siguiente.

lunes, 6 de febrero de 2012

De aquí para allá

"¡¡¡Aaaarrrgh!!!" Eso soy yo gritando por el pasillo de casa. Ese pasillo lleno de marcos blancos que se han ido multiplicando en los últimos años y que reflejan un poco nuestra identidad como familia. 
Ni un día. No han sido necesarias más de 24h para borrarme las ideas. Y por eso grito. Tenía la cabeza como cuando hago huevos pasados por agua y el cacharro empieza a hacer ruido y a avisar de que se va a poner toda la vitrocerámica perdida de agua... Vamos, que tenía muchas ideas sobre las que escribir.

"¡¡*@#x-+!! Podía haberme inventado una historia de dos amigas que van a tomar algo y hablan de la regla del 100%, podía haber contado algo tonto sobre no poder dormir o aventuras sin más: lejos o cerca de Madrid. Y en vez de eso... ¡¡me quedo en blanco!!"

Y eso también soy yo, quejándome en voz alta a las paredes. Voy arrastrando el puf rojo de mi cuarto al salón, pasando por el pasillo. Me siento. Me enfurruño. Saco la arruga esa que me sale en la frente, entre las cejas.

Y luego, sin previo aviso, paro. Relajo la cara y como si de un trastorno bipolar se tratara, sonrío. Se va de un extremo a otro en menos que canta un gallo. De la felicidad absoluta, a un "tierra trágame", pasando por "¡mato a alguien!" para acabar de nuevo en la felicidad esa tan cómoda y plena... y todo ello en tan solo un fin de semana. Yo creo que se me ha pasado el enfado porque me he acordado de porqué me he quedado sin ideas y ya no me importa tanto...