"¡¡¡Aaaarrrgh!!!" Eso soy yo gritando por el pasillo de casa. Ese pasillo lleno de marcos blancos que se han ido multiplicando en los últimos años y que reflejan un poco nuestra identidad como familia.
Ni un día. No han sido necesarias más de 24h para borrarme las ideas. Y por eso grito. Tenía la cabeza como cuando hago huevos pasados por agua y el cacharro empieza a hacer ruido y a avisar de que se va a poner toda la vitrocerámica perdida de agua... Vamos, que tenía muchas ideas sobre las que escribir.
"¡¡*@#x-+!! Podía haberme inventado una historia de dos amigas que van a tomar algo y hablan de la regla del 100%, podía haber contado algo tonto sobre no poder dormir o aventuras sin más: lejos o cerca de Madrid. Y en vez de eso... ¡¡me quedo en blanco!!"
Y eso también soy yo, quejándome en voz alta a las paredes. Voy arrastrando el puf rojo de mi cuarto al salón, pasando por el pasillo. Me siento. Me enfurruño. Saco la arruga esa que me sale en la frente, entre las cejas.
Y luego, sin previo aviso, paro. Relajo la cara y como si de un trastorno bipolar se tratara, sonrío. Se va de un extremo a otro en menos que canta un gallo. De la felicidad absoluta, a un "tierra trágame", pasando por "¡mato a alguien!" para acabar de nuevo en la felicidad esa tan cómoda y plena... y todo ello en tan solo un fin de semana. Yo creo que se me ha pasado el enfado porque me he acordado de porqué me he quedado sin ideas y ya no me importa tanto...
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