miércoles, 27 de junio de 2012

Hogueras

Aquella noche fuimos muchos, aunque no éramos los de siempre. Estaban don Dionisio,  el Sirio y Rizo, a los que conocía de toda la vida; pero también vinieron don Paolo, doña Agnes y Magno, completos extraños hasta el momento.

Llegamos don Dionisio y yo en un taxi a “Chicote”, y durante todo el trayecto hablamos mucho, como hacía tiempo que no hablábamos:
-Son divertidos, te gustarán- me dijo.
-Oh, no lo dudo-
-Además, tu padre se pondrá muy contento.-dijo con aire malicioso- Te presentaré a alguno que quizá te interese- me dijo riendo.
-Ya...- me reí también, al tiempo que desviaba la mirada hacia las casas que se veían pasar una tras otra a través de la ventanilla del taxi.
Desde que acabé el bachiller, mi padre había estado instigándome para que buscara un marido. Pero yo no quería casarme, yo quería encontrar al amor de mi vida y marcharme con él a vivir aventuras.
-Te veo triste- dijo Don Dionisio cambiando de tema. Y entonces le conté cómo había sido de complicado el año, cómo llevaba tanto tiempo dando tumbos y perdiendo el norte, y cómo necesitaba dejar de ir a ciegas y retomar las riendas de mi vida. De volver a creer en mi persona.

-He estado... en la parra. Desde que salí del Lope de Vega todo ha sido muy rápido, muy distinto.-
-Poppy, ha sido así para todos.- Me tomó la mano y me dio un fuerte apretón, de esos tan cariñosos que me daba él. Tampoco hubo que decir mucho más. Sonreí mientras me ayudó a salir del taxi, porque me dí cuenta de que era el fin del principio, el cambio de rumbo. Aquella noche no iba a volver a mis tiempos de colegio: iba a avanzar de una vez por todas, y no serían necesarias más charlas de análisis en las que se magnificaran problemas de cualquier tipo.

Ya en “Chicote”, entre las notas de jazz que sacaban los músicos del fondo, nos presentaron a todos. Don Dionisio era nuestro amigo común.

-¿Habéis traído los papeles?- Dijo Rizo apoyado en la barra mientras se mesaba la barbita rubia.
-¿Qué papeles?- Le pregunté yo extrañada. Pero Magno se acercó a mí y, en bajito, respondió:
-En San Juan es tradición. Se escribe en un papel aquello de lo que te quieres librar, y lo quemas en la hoguera. ¿No sabías?-

Yo me puse colorada, claro que sabía que se hacía eso en San Juan... ¿En qué estaba pensando? Primero se me había olvidado por completo escribir el papel, y luego no había caído en qué se referían con aquello de “los papeles”. Seguía en la parra.

-Sí, sí... sólo que se me ha pasado.- Y me reí por quitarle importancia.
-Vamos a la pista- Magno me tomó de la mano y me llevó al rincón donde habían separado las mesitas para que la gente bailara. Ya no sonaba jazz, ahora el local se llenaba con las últimas canciones de Sinatra.

-Poppy, ¿verdad?- me preguntó. Yo asentí con la cabeza y sonreí un poco. -¿De dónde viene?-
Magno tenía el cabello claro, era larguilucho, guapete, barbilampiño y me cayó bien desde el primer momento en que lo ví.
-Bueno, todos tenemos nuestros motes. Mira al Sirio o a Rizo... o tú mismo.- le respondí divertida.
-Si, pero el mío o el de Rizo son fáciles de averigüar... ¿Pero Poppy?-
-Es un mote familiar- dije al fin- No es raro que me ponga colorada. Mi madre es americana. Poppy, amapola... de ahí viene.-
Magno se rió suavemente, me miró y se acercó. Miré al resto; seguían charlando animadamente en la barra y, de vez en cuando, Don Dionisio nos miraba a Magno y a mí con aire burlón. Miré el reloj de la pared; se acercaban la medianoche, y las hogueras esperaban.
-Magno, hay que irse. Son casi las doce- le dije, y él con aire contrariado, pero sin decir media palabra me tomó por la cintura y me acompañó a la barra a avisar a los otros. Mientras todos tomaban sus abrigos, yo me acerqué a la barra a por una servilleta de papel, tomé un bolígrafo de mi bolso, y con cuidado fui escribiendo cuatro cosas.

Salimos del bar al rato. No hacía frío y los coches pasaban por la Gran Vía alumbrando aquella noche madrileña de los años cincuenta. Fuimos caminando por el centro de la ciudad hasta que llegamos a la casa del Sirio. Se trataba de uno de esos palacetes del siglo pasado que aún pervivían en la capital. En los jardines habían organizado varias hogueras, y ya pululaban otros invitados de nuestro amigo a los que no conocíamos de nada. Más presentaciones.

Yo estaba un poco sola. No era malo tampoco, pero con tantas caras nuevas no estaba un mi ambiente. Nos sentamos en las sillas del jardín, al lado de una de las hogueras mientras tomábamos unas copas, y nos reíamos con las ocurrencias de Don Paolo. Tenía el pelo igual de rizado que Rizo, pero mucho más rebelde y algo más oscuro. Tenía algo.

Sin decir nada, me alejé del grupo y me acerqué a la hoguera más grande; algunos de los invitados del Sirio (y el propio Sirio) estaban saltándola. Yo me deshice de las sandalias, del bolso y de la chaqueta; saqué la servilleta de “Chicote” del bolso y tomé carrerilla. Salté alto, las llamas me hicieron cosquillas en los pies, y justo cuando estaba en medio del salto dejé caer la notita. Me deshice de la carga.

Después cogí una de las copas de Champagne que reposaban en las bandejas del porche y me fui al estanque de detrás del jardín a meditar. Y mientras sonreía a la noche, apareció el Sirio, el cual me preguntó como tantas otras veces:

-Se te ve preocupada, Poppy.-
-No.- Le dije. -Esta vez no.- Y me quedé sonriendo al humo de las hogueras y al verde del jardín.

miércoles, 13 de junio de 2012

Un punto de inflexión

Salimos las dos del local. Hacía fresco fuera... y se agradecía. El guiri gordo se nos acercó un poco, y de fondo se oían canciones en falsete de los ochenta, "la Movida" con toques de modernos.

Margarita me miró, se rió un poco como quitándole importancia al asunto, y después se fijó en el guiri gordo y le miró con desdén.
-Increíble ¿Lo has visto? ¿Cómo ha chafado el momento?- me dijo mientras se sentaba en el banquito de pieda de la puerta y se quitaba los tacones que le hacían rozaduras. Llevaba un vestido azul vintage a juego.
Yo me reí y le respondí que claro que sí, que aún no me lo creía del todo. Nos reímos nerviosísimas las dos. Me senté a su lado y también miré al gordo con desgana, era británico. Nos vio a las dos mirándole y nos volvimos a reír más. Todavía se creería que queríamos ligar con él...

-Soy idiota, Caro.-Pese a que se reía, me miraba con ojos tristones mientras me decía esto. Automáticamente la corté:
-Te corrijo: somos idiotas.-
-Es verdad, somos idiotas. Las dos.-

Una ráfaga de viento nos despeinó a las dos. Y nos volvimos a reír.
-Bueno, pero cuanto más me río contigo menos triste estoy. Como que se nos puede perdonar un poco la idiotez.-  Le dije guiñándole un ojo.
-Te iba a decir lo mismo. Pero es que... ¡Aaaargh! Son tantas tonterías juntas... lo de estar solitas sin Silvia, lo del tonto ese...- Miró al suelo.

Por primera vez era Margarita la que lo pasaba mal y lo dejaba traslucir. Decidí animarla y empecé a bailar como solía hacerlo ella... El gordo empezó a mirar sin disimulo hacia nosotras. Nuestra respuesta fue reírnos aún más descaradamente.

-Venga, Margarita, lo que necesitas es bailar como si fuera tu último día en la tierra y no pensarlo más. Silvia volverá antes de lo que pensamos, y él... ¡pues ya veremos! Pero con calma.-

Volvimos a entrar en el local, y aunque no estaba siendo ningún momento de inflexión en nuestras vidas, bailamos como si el mundo se fuera a acabar al día siguiente. A mí ya se me había pasado el disgusto, llevaba un chute de optimismo en las venas. A lo mejor sí estaba siendo un punto de inflexión en mi vida...






Y Marga... Marga sacó a la luz su corazoncito por una vez, pero sin que se le gastara demasiado.

T. de "Tears"

Subía por la calle Montera con un nudo en la garganta. Conseguí llegar hasta la calle Fuencarral, a la altura de la tienda de "Custo - Barcelona" sin llorar. Me recoloqué el sobrero blanco y las gafas de sol, en breves cualquiera me reconocería y tampoco tenía mucha intención de que se me vieran los ojos llorosos. El resto del camino lo hice con la cara repleta de surcos de lágrimas extrovertidas. Y mi ipod no me hizo ningún favor: sonaban canciones que de una forma u otra me recordaban a tí.

Me acordé de mis primeras impresiones que despertaste: nuestra delegada responsable, de una tarde veraniega en una tetería de Ópera donde me contaste todas tus pesquisas hasta el momento, de la vez que hablamos en el cubo el día de mi cumpleaños hace ya dos años... como si siempre hubiéramos tenido confianza la una con la otra. Me acordé de las risas que nos echábamos durante segundo de bachillerato, "Pepito S.A.", las regañinas porque no nos callábamos, la serie a la que nos enganchamos juntas y demás chorradas. 

S. & C. Lo mucho que nos habíamos apoyado

Pese a que casi me choqué contra un señor por culpa de las lágrimas, que no me dejaban ver, me reí sola acordándome de la mañana aquella de julio, las dos en bañador conversando -primero de nuestras cosas, más adelante pasando a ser "abuelas"-

En fin, supongo que incluso antes de que embarcaras en el avión yo ya te echaba de menos. Y de cada cinco imágenes que aparecen en mi fondo de escritorio, sales en tres, pero eso ya estaba de antes...  Confío en tener noticias de tí, y que sean buenas.

jueves, 7 de junio de 2012

Fénix

Recuerdo una noche de verano en que sonreías con los ojos, y durante mi viaje a Siberia pensé que no volvería a ver esa curiosa sonrisa. Poppy, you never get it right. 

En el trayecto del tren no pude evitar mirar al horizonte y sonreír al recordar tus bromas. Llegué a Siberia, y  tuve que empezar todo de nuevo. Mentiría si te dijera que lo pasé mal. Siberia es muy bonito: todo blanco, callado... y muy formal. No sabes qué va a pasar cada día, y tienes que llevar pieles muy gordas por si acaso el día sale rana. Se bebe vodka y vino caliente. El caso es que me gustó, y pese al frío me aclimaté. Sobrellevé la estancia bastante bien y conservo aún buenos amigos de esos tiempos; hasta confío en algún momento presentártelos.

Pero el frío... yo no puedo vivir en el frío eternamente. Y los siberianos son muy fríos. Yo echaba de menos demasiadas cosas, así que te envié una carta lo antes posible, por probar. Salió bien. Y reconozco que verte fue despertar del suave letargo que provoca el invierno siberiano. Contigo llegaron las risas, los colores y el sol. Ese sol que besa la piel y las manos y que nos deja a todos morenos como si de carmín se trataran sus caricias. Y cuando volví a Siberia, era ya época de deshielo, y ese hechizo azul y verde ya no tenía la fuerza de antaño.

No sé cómo funciona, quizá todo esto estuvo latente en la línea del tiempo, y el sol y el calor acabaron con su hibernación. Quizá. Es posible que fuera como uno de esos pájaros que resurgen de sus cenizas... o simplemente el tiempo meteorológico actúa de interruptor: encendiendo y apagando a su antojo. Me recuerdan que en la costa se beben Daikiris, Mojitos y Caipirinhas... hace tiempo que no tomo ninguno.