Entré con unos pantalones pitillos negros, una camiseta blanca y unas sandalias romanas.
Sería un 15 de septiembre, no lo sé. Y nos conocimos. No es que fuera un amor a primera vista; de hecho, al principio me agobiaba todo aquello: enorme, serio, multitudinario... diferente. Diferente de mi vida anterior, no era un corte rotundo con todo, era una continuación; era como si vivieras toda tu vida en una casa y un buen día descubrieras que había una habitación más. Una habitación enorme. Y así es cómo nos conocimos.
Dos años de relación, es bastante. De los mejores de mi vida (hasta ahora). La política, la profundización en la biología, el conocer a gente nueva maravillosa... todo esto junto a tí. Para mí comenzaron las fiestas, los agobios serios, nuevas jergas. Desde halloween hasta Budapest, desde el coste de oportunidad (algo que me alegro de haber arriesgado) hasta las derivadas. He de decirte también que me lo has hecho pasar mal también (ya está perdonado), noches durmiendo pocas horas pensando en qué pasaría al día siguiente cuando volviera a tí. Pero también fiestas inolvidables, viajes y excursiones... Y en todas partes con ese "algo" tuyo.
Me da pena marcharme, que nos separemos. Me has dado tú a mí mucho más de lo que he podido yo aportarte a tí (otro expediente y algo más de historia). Y se me hace raro encontrarte todas las mañanas de mayo ahí parado, serio y grande... pensando que ya no es lo mismo, que un día triste de abril me conciencié y te dije adiós; supe que ya no volvería a verte como te veía antes.
Y salí de tu vida con unos pantalones pitillos negros y una camiseta blanca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario