viernes, 29 de abril de 2011

Enfermedad natural

Te lo aseguro, Dalila, te lo aseguro. Quería decirles cuatro cosas a todos. Habría dado lo que fuera para hacer que fueran ellos los que estuvieran en el escenario intentando hacerse oír tras las cortinas de palmadas sucias. De verdad, Dalila, que a la salida del evento yo me quería pegar... con todos a la vez. Conseguir partime la ceja o llegar a casa con el labio inferior hinchado, romper una pierna ajena... o propia, pero en vez de eso me mordí la lengua y apreté dientes y puños.

Asco, y profundo desprecio por los susodichos. Dalila, me habría encantado que me diera igual... pero no es así. Llevo todo el día con el corazón tiznado de carbón, de rabia. Amargo silencio y respuestas secas, cortantes, envenenadas. Y todo se ha desatado con la enfermedad de esos energúmenos. ¿Cuántos años tendrán? No sé, no me importa. Sólo sé que tenían una edad asquerosa: una enfermedad. ¡Qué pena! Algo que cuando lo sufres no te enteras, haces el ridículo ante el resto del mundo, y piensas que eres normal (para el que lo haya experimentado) o incluso sobresaliente... pero en realidad eres despreciable. Menos mal que tarde o temprano se pasa. En este caso, por suerte, el tiempo cura el mal.

Bueno Dalila, estoy más calmada... pero aún así te digo que un día de estos me pego con alguien en la calle. Me lo pide el cuerpo.

lunes, 25 de abril de 2011

Nostalgia a los... al poco rato

Cada viaje es diferente, de pequeña lo vivía como si fuera otra vez Navidad -pero con 30ºC a la sombra- era montarse en un coche y saber que hasta que pasaran muchas horas no iba a salir; pero que cuando saliera, vería el mar, y la casa, y el árbol, y la colina y la era. Era una euforia incontenible que aparecía en una personilla todos los años desde que tenía 5. Son muchos los recuerdos de aquella época. El primer libro que realmente disfruté lo leí subida al magnolio, recuerdo que cuando fui a bajar de mi "salón de lectura" se me resbaló el libro y desde entonces conserva una bonita mella en el lomo.
Se podría considerar un hito muy importante el año que mi tía murió, yo tendría unos 10 años y fuimos a pasar un fin de semana de pleno invierno a la casa. ¡Cuál fue mi decepción al ver que no había nadie! Las moreras, que en otras épocas más cálidas exhibían unas hojas lustrosas, no eran más que ramas retorcidas y tristonas; que no había flores en el jardín... pero sobre todo, que no había nadie allí para recibirnos. Ya no estaba mi tía, no estaban mis primos ni mis avis*. Nadie más que nosotros cuatro. De pronto mi paraíso dejaba de ser un lugar estático que permanecía inmutable incluso cuando yo no estaba, ahora era un sitio al que también le afectaba el invierno, la sequía y demás factores... era un lugar mortal.

Superada aquella antigua concepción y un pequeño bache que duró un par de años las cosas rodaron solas.
Fue el cambio; tras la muerte ya mencionada, la vida en  la casa no fue lo mismo. Dejaron de venir los familiares a pasar allí el verano, y aunque sólo se habían mudado a la casa de enfrente se nos hizo extraño a todos la relativa lejanía.


Las visitas se fueron haciendo más frecuentes, pese a la paliza de recorrerse 660km cada vez. Se recuperó el ambiente, la chispa de antes. Crecí en esa casa, aprendí a conducir en las calles de ese pueblo y descubrí muchas cosas. He conocido gente, he aprendido un idioma... he llegado a las raíces.

¿Cuántas veces habré preguntado por el pasado, por los vínculos, por anécdotas y por personas? Seguramente muchas. Con la ilusión de llegar allí y poder entender, de diluirme con el ambiente. Porque lo parezca o no, es mi ambiente. Y esta última vez... la visita ha vuelto a ser diferente, como en todos los viajes. Una sensación de empezar a controlar la ciudad, de saber llegar a los sitios (no como sabría recorrerme todo mi Madrid, pero algo que se le parece). Volvía en el tren después de una noche de no dormir mucho y de una mañana soleada y de viento. No fui mirando al mar, miré las casas que encaran el Mediterráneo desde la costa. Y mientras tanto pensé en lo que me quedaba en casa por hacer, en el cambio de los últimos meses, en la pena que daba dejar la brisa salada, la zona y la gente... Y también pensaba en la herida de nostalgia que no la cura más que un viaje.

Imaginé otra manera, el que las cosas hubieran sido distintas; no con fastidio sino con optimismo, con ganas de volver y de tener más historias para contar.

 

*Abuelos

domingo, 24 de abril de 2011

LA CUESTIÓN DEL CUERPO

La cuestión del cuerpo. Es extremadamente difícil de explicar. La Sien quería desaparecer; siempre pensando en ella misma, acusando al resto de la Cara de aprovecharse de sus ideas, de sus méritos y de todo lo que ella podía ofrecer... El resto, en cambio no le daba tanta importancia (no porque consideraran que las acusaciones de la Sien eran ciertas ni porque pensaran que ya se le pasaría (¿Para qué negarlo? Esto se llevaba dando casi desde el nacimiento de nuestro sujeto en cuestión, y, tal y cómo se había visto en algunas ocasiones, no por hacer algo al respecto la actitud de la Sien cambiaría lo más mínimo).

El problema estaba en que existía un resto del Cuerpo. Ciertamente, un Brazo que en cualquier momento podría macharcar, una Pierna emergente contra la que habría que tomar medidas... en fin, una serie de componentes corporales con los que -ya amigos o enemigos- había que cooperar, o al menos coexistir. Un conjunto global, a gran escala.

Pero la Sien no parecía darse cuenta de aquello, siempre centrada en sí misma, en la Cara y como mucho en el Pelo... pero ¡Por Dios que nadie la sacara más allá! No se podía más que observar el ombligo e incluso preguntarle a la nariz o a la barbilla... ¿Y qué opinais de mí? En verdad que debieran responder la Barbilla y la Nariz "Nada, absolutamente nada, eres indiferente y tenemos problemas más grandes. ¿Has visto ese Brazo de ahí?" Pero no parecía que esto fuera a ocurrir en algún momento. Diferencias, división. Y claro, ¿Cómo va a progresar una Cara dividida?

El día que la Cara tome conciencia de que es una Cara y no componenetes, entonces podrá ser competitiva frente al resto del cuerpo. El día que los problemas de verdad sean los que se traten, entonces podremos hablar de progreso. Y el día en que no se intenten ocultar cuestiones serias, tras otras absolutamente banales... ese día habrá libertad.

sábado, 9 de abril de 2011

Tictac

Está sonando el tictac del reloj del salón; aquel reloj pequeñito al que Diego le dio cuerda hace unos días... y sigue sonando. Recuerdo, gracias al sonido del mecanismo, el recorrido de la otra noche.

Íbamos tú y yo por Madrid, tan cercana y animada. Malasaña. Fuimos a nuestro salón callejero, esas dos sillas que ha puesto alguien como pensando en nosotros; porque, en el fondo, esa persona sabía que tú y yo iríamos a charlar a esas sillitas, a contarnos nuestras penas, a que me llames inocente, que me cuentes tus cavilaciones y a que yo te cuente cuántas ganas tengo de subir a una azotea... Entre calada y calada nos reíamos, tú seguías con tu pose informal, casual (de la que, en ocasiones, dudo), apoyado en tu silla e iluminado por la farola. El sol se había ido completamente, y a través de toda la contaminación saludaban algunas estrellas con timidez... siempre temerosas. Pasaban minutos y minutos y minutos... ¿Nunca has tenido la sensación de que el silencio es cómodo?

Decidimos cambiar nuestra sala de estar por unos helados de media noche, y a por ellos fuimos. Mientras tanto nos entreteníamos el paseo con los mismos temas: "¿Y qué crees que habría pasado si tú no hubieras estado?" "Si le hubiera llamado ¿Crees que habría venido?"
Hay cosas que las sabemos, de otras podemos incluso hacer averigüaciones o suposiciones, pero las profundas... sólo los tejados de las casas nos pueden contar qué pasa de puertas para dentro, lo demás nos lo contarán sus habitantes tendiendo la ropa.

Café, dulce de leche, fresa y trufa... la luna nos mira y se ríe con su sonrisa de neón. Dos personas que no querían irse a casa, allá donde esperaban los libros impacientes. Y subimos a hablar con los tejados, a seguir rumiando nuestros temas. Sigo completamente segura de que tu silencio estaba íntimamente relacionado con una camiseta roja, casí tan cierto como que mi silencio pedía a gritos una taza de café.

Ya era la hora primera. La contaminación de nuestro querido Madrid nos engañaba haciéndonos creer que amanecía, pero aún faltaban horas, y tras hacer un par de planes y ojear la cubierta general decidimos marcharnos. Yo bajé un piso, deseando volver a subir otra noche estrellada, con la esperanza de que fuera pronto; Titto bajó los siete pisos y pasó a ser un puntito más del Madrid de a pie.


En fin, yo quería hablar del hombre que se quería tatuar una frase significativa y acabó teñido de los pies a la cabeza porque no podía pensar en una única frase para llevarse consigo, pero por lo visto el tictac del reloj al que Diego le dio cuerda hace poco me ha hecho recordar nuestro salón callejero y la azotea.

miércoles, 6 de abril de 2011

Maldigo y condeno el error por el cual no pueden verme

No te imaginas cuántas noches he llorado por tu causa; a cuántas personas he tenido agarradas mientras les confesaba cómo me estaba deshaciendo por dentro porque tú ya no estabas y cuántas cosas he escrito pensando en algún día leertelas en voz alta para que supieras qué pasaba por mi mente en aquellos días fríos. No creo que te lo imagines, ni por asomo.
Pensarás que soy una insensible, una dejada a la que todo le resbala por una piel escurridiza... pero no es cierto. Soy tan real como tú -aunque te niegues a reconocerlo- y también lloro, también sufro y también lo siento.

Lo he probado todo, te lo puedo asegurar; pero la fuerza de la gravedad impide que la arena vuelva a la zona elevada del reloj... y seguimos así.
Engaño a la mente haciéndole ver que no es tan grave, y anestesio el pecho durante días y semanas hasta pensar que lo anormal es sufrir y añorar. Y en parte no es justo, porque ya te digo que lo he intentado todo... y seguimos así.

He dejado la ventana abierta, por si te cansas algún día de volar en aires lejanos y quieres reírte un buen rato a mi lado. Sabes que dejo la luz encendida para que no te pierdas en el camino hasta aquí, y también sabes que por mí los días pueden volver a ser como aquellos de septiembre (vagos y cálidos) suspendidos en la línea eterna del tiempo. No hace falta que llames, creo que entenderé que todo esto ha acabado el día que vea cómo te acercas, sin complejos ni miedos.

Y de fondo sigue sonando una canción sin letra:

"Por segunda vez te mueres,
por segunda vez me matas.
¿No entiendes que me desgarras?
¿No ves que no sólo duele?

¿Dónde está la complicidad?
¿Quién destrozó su nido?
Ya no puedo oír más que el trino
de mi amarga soledad.

Ojos de vidrio y cartón
que ya sólo miran al frente
maldigo y condeno el error
por el cuál no pueden verme."

martes, 5 de abril de 2011

Lo tuve que hacer.

Cuando maté a mi personaje no pude más que sentarme en la butaca y llorar.

Era como un hijo para mí: yo le había dado el ser, había escogido sus rasgos y su forma de vivir, había crecido conmigo y había sido como un compañero para mí... y ya no estaba.

Ya no estaba... le había despojado de la chispa que le hacía sonreír y luchar en mi historia; y ahora no podía soportar la idea de que se hubiera ido para siempre. Suena extraño, porque un autor decide qué ocurre con sus personajes, cuando aparecen y cuando se marchan... pero yo no me regía por esa regla.

La inspiración me llegaba todos los días a las 7,15 de la tarde. En la ducha. Quedábamos allí ella y yo para avanzar la historia. Si por algún casual yo llegaba tarde al baño, la inspiración ni se dignaba a saludar; era un día perdido. Y así, durante dos años mi personaje creció, definido por el eco de la alcachofa.

Hasta que un día las tuberías me contaron que mi personaje debía morir. Hacía un tiempo que ya lo sabía, pero me negaba a asumirlo; todavía era jóven y había puesto muchas esperanzas en él. Mi amigo de agua no se podía ir así como así, por lo que me rebelé y por varios meses me negué a escribir...
Por eso, cuando tomé el bolígrafo para enfrentarme a la desagradable cuestión que debía resolver había perdido tanta práctica que su muerte estuvo mal narrada. Repetí el pasaje una decena de veces hasta que lo dí por bueno... y entonces se me vino el mundo encima.

Imitando al corazón de mi personaje, el mío propio dejó de palpitar unos instantes; para luego volver desvocado. Sentí cómo el pecho se desgarraba con la pérdida, cómo me costaba respirar y cómo dolía el entrecejo de apretar los ojos para que no salieran más lágrimas. Estaba yo sólo, ahí en el sillón duro, llorando la ausencia de mi amigo... y todo porque unas dichosas cañerías me lo habían dicho.

Y lo único que pude hacer para defenderme de aquel dolor y aquella añoranza fue infundirles la misma pena que me carcomía al resto de personajes que echarían de menos a su compañero.

Uno llega, y no quiere marcharse.

La verdad es que llevaba bastante tiempo con mi ambiente cerrado, como cuando el aire de una habitación se vicia y hay que abrir las ventanas para que el aire se mueva. Y lo peor era que el ciclo era retroalimentativo... una vez que comenzaba el agobio no quería salir para no sentirme culpable, pero el no salir tampoco me hacía sentir mejor (cosas de la psicología humana).

Llega el viernes, hago un gran esfuerzo por no salir (bueno, el pedazo de pic-nic podría contar como algo diferente de estar en casa estudiando) y preparo todo para el día siguiente. Se hace raro, bastante raro: ¿Yo normalmente voy al campo? ¿Cómo se siente un cielo negro sobrecogedor sobre mi cabeza? ¿La hierba hace ruido? ¿Huele el sol? (...)
Meticulosamente el macuto está lleno; no pesa casi (casi seguro que me dejo algo) y todo está puesto con cuidado en su compartimento. Si un día fisgoneas en mi macuto y ves no tiene las cosas ordenadas, separadas, dobladas y colocadas estratégicamente como en el tetrix... entonces han pasado dos cosas: o no es mi macuto, o yo he cambiado.

Y en mi silla: pantalones, camisa, y pañoleta reposan y esperan pacientemente pero con ilusión... Hacía muchísimo tiempo que no salían de su percha. Todos tan nerviosos.

No debería saltarme lo siguiente porque también es importante y único, pero un viaje en autocar... es un viaje en autocar. Y se llega al sitio.

VERDE eso que no hay en Madrid, eso que cuesta ver en las calles, eso que huelo los días de lluvia pero que no puedo casi distinguir porque se esconde tras la nube de asfalto... verde.
Y SOL. Un sol que acaricia y rodea. La siesta se hace profunda y verdadera; por eso cuando despierto la desorientación es tal que no acierto a saber muy bien dónde estoy. Pero aún así es agradable, las siestas en Madrid no son así...

NOCHE. Se podría pensar que me estoy perdiendo todo por no llevar las gafas... pero no es así. Al atardecer dejo de distinguir caras y rasgos, pero es sólo por un rato: hasta que el sol huya por completo. No hay luna, no importa.
Virutas blancas que han subído / adornan la sábana morada, / y yo, al fijar la mirada / siento en el aire un suspiro... de libertad, de brisa, de contento, (divierto pensando en el negro silencio...)

El suelo frío bajo las botas, el aire frío alejado de la piel por el jersey y únicamente peleón en la nariz. Tampoco importa. Ya es tarde, y aunque no duermo como otras veces (mirando al cielo desde la crisálida de oruga) el morado sigue allí. Corrientes de aire, palabras universales que vienen del fondo de la garganta y murmullo inaudible de la hierba... si, definitivamente la hierba hace ruido. Todo lo sucedido el día anterior se imprime en la memoria, en todas las memorias... y pese a que cada cabeza es un mundo, el recuerdo en su esencia es el mismo.

LLUVIA. Nos acompaña al día siguiente. ¿Tímida? Un poco, sólo al principio. Pero al final el cielo ha cogido confianza y nos ha confiado su pena. Gris hasta el final, pero no ese gris asfáltico que se ve en la acera... es otro gris, un gris mojado: sangre de roca y plata de río en un día nublado. Ya no hay sol.

Siempre se hace corto, y no quiero volver a Madrid... allí esperan cuadernos, bolígrafos, hojas y ordenadores... todavía no. Pero lo bueno si breve, dos veces bueno... Hasta pronto verde, sol, noche y lluvia... antes de lo que imaginamos volveré.

Y no habrá elementos en el mundo capaces de parar el torrente de nostalgia que hasta ese día manará de mis entrañas.