sábado, 9 de abril de 2011

Tictac

Está sonando el tictac del reloj del salón; aquel reloj pequeñito al que Diego le dio cuerda hace unos días... y sigue sonando. Recuerdo, gracias al sonido del mecanismo, el recorrido de la otra noche.

Íbamos tú y yo por Madrid, tan cercana y animada. Malasaña. Fuimos a nuestro salón callejero, esas dos sillas que ha puesto alguien como pensando en nosotros; porque, en el fondo, esa persona sabía que tú y yo iríamos a charlar a esas sillitas, a contarnos nuestras penas, a que me llames inocente, que me cuentes tus cavilaciones y a que yo te cuente cuántas ganas tengo de subir a una azotea... Entre calada y calada nos reíamos, tú seguías con tu pose informal, casual (de la que, en ocasiones, dudo), apoyado en tu silla e iluminado por la farola. El sol se había ido completamente, y a través de toda la contaminación saludaban algunas estrellas con timidez... siempre temerosas. Pasaban minutos y minutos y minutos... ¿Nunca has tenido la sensación de que el silencio es cómodo?

Decidimos cambiar nuestra sala de estar por unos helados de media noche, y a por ellos fuimos. Mientras tanto nos entreteníamos el paseo con los mismos temas: "¿Y qué crees que habría pasado si tú no hubieras estado?" "Si le hubiera llamado ¿Crees que habría venido?"
Hay cosas que las sabemos, de otras podemos incluso hacer averigüaciones o suposiciones, pero las profundas... sólo los tejados de las casas nos pueden contar qué pasa de puertas para dentro, lo demás nos lo contarán sus habitantes tendiendo la ropa.

Café, dulce de leche, fresa y trufa... la luna nos mira y se ríe con su sonrisa de neón. Dos personas que no querían irse a casa, allá donde esperaban los libros impacientes. Y subimos a hablar con los tejados, a seguir rumiando nuestros temas. Sigo completamente segura de que tu silencio estaba íntimamente relacionado con una camiseta roja, casí tan cierto como que mi silencio pedía a gritos una taza de café.

Ya era la hora primera. La contaminación de nuestro querido Madrid nos engañaba haciéndonos creer que amanecía, pero aún faltaban horas, y tras hacer un par de planes y ojear la cubierta general decidimos marcharnos. Yo bajé un piso, deseando volver a subir otra noche estrellada, con la esperanza de que fuera pronto; Titto bajó los siete pisos y pasó a ser un puntito más del Madrid de a pie.


En fin, yo quería hablar del hombre que se quería tatuar una frase significativa y acabó teñido de los pies a la cabeza porque no podía pensar en una única frase para llevarse consigo, pero por lo visto el tictac del reloj al que Diego le dio cuerda hace poco me ha hecho recordar nuestro salón callejero y la azotea.

2 comentarios:

  1. Espero que este salón callejero no se quede en el olvido. Que la distancia que nos separe, por muy grande que sea, siempre nos remita a nuestro pequeño saloncito madrileño, y que con el paso del tiempo, volvamos a visitarlo como si no hubiera pasado nada, como si las estrellas siguieran el mismo sitio, como si tuviéramos que madrugar al día siguiente y como si el helado de café, trufa, dulce de leche y fresa no se hubiera derretido nunca....

    Prometo que las noches de Madrid, como esta con mis amigos no se me olvidarán nunca, y que lo que más deseo en este mundo es que no se acaben. Que con el paso del tiempo la amistad y la distancia no sean un impedimento para seguir siendo lo que éramos, lo que somos y lo que seguiremos siendo...

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  2. Ojala pudiera ser más extenso a la hora de mostrar mi sorpresa y agrado por lo que aquí he encontrado. Solo eso: me ha sorprendido mucho y bien.
    Felicidades

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