Te lo aseguro, Dalila, te lo aseguro. Quería decirles cuatro cosas a todos. Habría dado lo que fuera para hacer que fueran ellos los que estuvieran en el escenario intentando hacerse oír tras las cortinas de palmadas sucias. De verdad, Dalila, que a la salida del evento yo me quería pegar... con todos a la vez. Conseguir partime la ceja o llegar a casa con el labio inferior hinchado, romper una pierna ajena... o propia, pero en vez de eso me mordí la lengua y apreté dientes y puños.
Asco, y profundo desprecio por los susodichos. Dalila, me habría encantado que me diera igual... pero no es así. Llevo todo el día con el corazón tiznado de carbón, de rabia. Amargo silencio y respuestas secas, cortantes, envenenadas. Y todo se ha desatado con la enfermedad de esos energúmenos. ¿Cuántos años tendrán? No sé, no me importa. Sólo sé que tenían una edad asquerosa: una enfermedad. ¡Qué pena! Algo que cuando lo sufres no te enteras, haces el ridículo ante el resto del mundo, y piensas que eres normal (para el que lo haya experimentado) o incluso sobresaliente... pero en realidad eres despreciable. Menos mal que tarde o temprano se pasa. En este caso, por suerte, el tiempo cura el mal.
Bueno Dalila, estoy más calmada... pero aún así te digo que un día de estos me pego con alguien en la calle. Me lo pide el cuerpo.
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