lunes, 25 de abril de 2011

Nostalgia a los... al poco rato

Cada viaje es diferente, de pequeña lo vivía como si fuera otra vez Navidad -pero con 30ºC a la sombra- era montarse en un coche y saber que hasta que pasaran muchas horas no iba a salir; pero que cuando saliera, vería el mar, y la casa, y el árbol, y la colina y la era. Era una euforia incontenible que aparecía en una personilla todos los años desde que tenía 5. Son muchos los recuerdos de aquella época. El primer libro que realmente disfruté lo leí subida al magnolio, recuerdo que cuando fui a bajar de mi "salón de lectura" se me resbaló el libro y desde entonces conserva una bonita mella en el lomo.
Se podría considerar un hito muy importante el año que mi tía murió, yo tendría unos 10 años y fuimos a pasar un fin de semana de pleno invierno a la casa. ¡Cuál fue mi decepción al ver que no había nadie! Las moreras, que en otras épocas más cálidas exhibían unas hojas lustrosas, no eran más que ramas retorcidas y tristonas; que no había flores en el jardín... pero sobre todo, que no había nadie allí para recibirnos. Ya no estaba mi tía, no estaban mis primos ni mis avis*. Nadie más que nosotros cuatro. De pronto mi paraíso dejaba de ser un lugar estático que permanecía inmutable incluso cuando yo no estaba, ahora era un sitio al que también le afectaba el invierno, la sequía y demás factores... era un lugar mortal.

Superada aquella antigua concepción y un pequeño bache que duró un par de años las cosas rodaron solas.
Fue el cambio; tras la muerte ya mencionada, la vida en  la casa no fue lo mismo. Dejaron de venir los familiares a pasar allí el verano, y aunque sólo se habían mudado a la casa de enfrente se nos hizo extraño a todos la relativa lejanía.


Las visitas se fueron haciendo más frecuentes, pese a la paliza de recorrerse 660km cada vez. Se recuperó el ambiente, la chispa de antes. Crecí en esa casa, aprendí a conducir en las calles de ese pueblo y descubrí muchas cosas. He conocido gente, he aprendido un idioma... he llegado a las raíces.

¿Cuántas veces habré preguntado por el pasado, por los vínculos, por anécdotas y por personas? Seguramente muchas. Con la ilusión de llegar allí y poder entender, de diluirme con el ambiente. Porque lo parezca o no, es mi ambiente. Y esta última vez... la visita ha vuelto a ser diferente, como en todos los viajes. Una sensación de empezar a controlar la ciudad, de saber llegar a los sitios (no como sabría recorrerme todo mi Madrid, pero algo que se le parece). Volvía en el tren después de una noche de no dormir mucho y de una mañana soleada y de viento. No fui mirando al mar, miré las casas que encaran el Mediterráneo desde la costa. Y mientras tanto pensé en lo que me quedaba en casa por hacer, en el cambio de los últimos meses, en la pena que daba dejar la brisa salada, la zona y la gente... Y también pensaba en la herida de nostalgia que no la cura más que un viaje.

Imaginé otra manera, el que las cosas hubieran sido distintas; no con fastidio sino con optimismo, con ganas de volver y de tener más historias para contar.

 

*Abuelos

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