miércoles, 29 de junio de 2011

Nadie se lo dijo

Un pequeño problema: nunca le costó sentarse a estudiar, a trabajar, tampoco le había costado sacrificar su tiempo en actividades extras, ni en ir a lugares algo alejados de casa para cultivarse. Mateo iba y venía por ahí haciendo mil cosas. Cuando llegaban los exámenes, antes o después se ponía, y si se le iban las cosas un poco de las manos con aquello de empezar a estudiar, se pegaba la paliza y lo solucionaba a cualquier precio (que solían ser horas sin dormir).

Pero ahora se enfrentaba a un reto diferente. No sabía porqué, pero le costaba horrores enfrentarse a él: debía diseñar su trayectoria académica y profesional; y Mateo, quién había sacado unas notas maravillosas que no le ponían trabas, y tenía muchas puertas abiertas y a su disposición, tenía enormes problemas para mirarlo de frente y pararse un rato a pensarlo.

En fin, llegó el momento y Mateo decidió. Fin del problema, ¿Fin de la historia? No. Para nada, siguió su vida tomando decisiones, dirimiendo y contraponiendo ideas hasta sacar la más beneficiosa... pero nunca fue fácil. Nadie dijo que lo fuera.

lunes, 27 de junio de 2011

Alegría desestabilizadora

Estaba perdiendo el sentido del día y de la noche, estaba empezando a escuchar canciones empalagosas a todas horas y a ponerse las camisetas del revés de lo despistada que estaba.

-Anda, que tampoco es para tanto... Esto no varía mucho tu forma de actuar.- Le decían sus amigos con sorna cuando veían este tipo de despistes.

Pero lo cierto es que antes no le pasaban esas cosas. Quizás era porque el sol había llegado, y con él, la alegría, las ganas de bailar, de reír sin descanso y de ponerse sombreros de paja y gafas de sol.

Una sonrisa mal disimulada aparecía en la plaza cuando el tema de conversación era el avión, y horas y horas pasaba despierta con la almohada como compañía... ¡Pobre Juana! Con la tontería se le pasaban las horas y acababa pasando por sitios "de casualidad" con el corazón a cien por hora esperando que algo magnífico pasara de un momento a otro, mientras se atusaba los rizos color miel.

Y con todo el cansancio de no dormir por los nervios, de llegar tarde a todas partes, de las canciones empalagosas y con todo lo demás, Juana voló alto alto a una montaña a ver los atardeceres en el mar.

domingo, 26 de junio de 2011

Aparcada,

Se ha metido en el bar ese, a pedir cambio. Con su chupa de cuero y sus gafas de sol. ¡Pero si es de noche! ¿Para qué las quiere? Es casi tan chulo como mi ciudad querida. Seguro que está sonriendo por ahí, haciendo comentarios imprevisibles, sarcásticos y arrogantes; y que la gente le escucha... ¿Fascinada? ¿Divertida? Desde luego que no me los imagino impasibles... En el fondo cala hondo.

Y yo sigo aquí, subida a la moto. No sé siquiera qué hago sentada... bueno, aparte de esperar a que vuelva con el cambio para el tabaco (¡Pero si yo no fumo!). Es de locos. Huele a mar y a cerveza barata... Yo, que iba para camionera, reconozco muy bien ese último olor; pero al final acabé de princesa (ya había demasiadas camioneras), y aquí estoy, buscando aventuras en ambientes lejanos al palacete... subida en la moto de un granuja.

Acaba de salir del bar, sonríe. Pero tiene una mejilla colorada. Ahora que se acerca más se ve que está sangrando... ¡Y el tío se ríe! Seguro que se ha pegado con alguno como él... Y lo único que suelta, el muy altanero, cuando voy a limpiarle un poco la herida con el pañuelo es "Déjalo, pequeña, ya lo haré más tarde". Y enchufa el motor (que ruge como una bestia) para salir volando con su cajetilla de tabaco y la compañía.

martes, 21 de junio de 2011

Manuel de Espumas

Manuel de Espumas es alto y vive en una calle estrecha y adoquinada. Le encanta la literatura y echa de menos el mar durante el año. Conoce a Cernuda, a Lorca y a Guillén... vivió con ellos una breve temporada en la Residencia; y como al mar, los echa de menos.

Manuel de Espumas sale todos los días a dar de comer a las palomas, compra el periódico (no diremos cual para no desvelar su tendencia política) y se acerca a visitar el Círculo de Bellas Artes. Pero antes de la una está de vuelta en su calle adoquinada, listo para comer.

Manuel de Espumas no es un poeta, no es músico, porque no sabe componer ni escribir. Pero todas la noches, antes de dormir, lee algo de Machado y se escucha un vals de Chopin. No llora, porque durante la guerra no se lloraba, pero si supiera cómo hacerlo, expresaría el dolor de no haber sido como sus amigos de la infancia... ¡Pobre Manuel de Espumas! No puede tiene posibilidad de seguir los pasos que marca un alma encerrada en un ladrillo.

Manuel de Espumas sabe que se marchará pronto, y aunque sufre, vive su vida de otra manera. No sólo están el arte y los placeres... Lo siente por Gerardo, por Rafael, Miguel y el resto que no están. Porque ya no pueden ver cómo vive su vida. Para el que quiera seguir su ejemplo ha escrito un manual... "Manual de Espumas... a todos ellos"

Lo que consiguen los patines

Los patines van rápido por el asfalto lleno de irregularidades. Él va rapidísimo sobre ellos. Se ha acabado el curso, y ya no tiene nada que hacer en una buena temporada.

Tiene toda la frente perlada y hasta la estatua del ángel caído parece que se derrite con el sol de junio. Las ocho ruedas van al compás, rodando por lo gris. Para en una fuente a beber y a combatir un rato el calor, y justo en ese momento oye un "¡¡cuidaaado!!" y le llueve del cielo una chica de pelo castaño y liso con patines, coderas y rodilleras. Esta se pone como un tomate, y con un rapidísimo "lo siento" se marcha.

Y el patinador se queda ahí divertido y extrañado por la repentina anécdota. La chica se aleja con un par de amigos que la acompañaban -los cuáles no habían sabido ayudarla a frenar antes de chocar con el patinador.

El Retiro con buen tiempo. El chico sigue dándole vueltas al estanque, con el calor que hace hasta se bañaría ahí dentro... pero a saber qué cogería si lo hiciera. Y cuando el cielo se está evaporando y las hormigas se quedan quietas intenando evitar el calor, el patinador guarda los patines en la bolsa y vuelve caminando a casa.

El cielo se vuelve rosa, verde, azul... morado y negro. Sigue haciendo calor, pero ahora se está  bien en la calle. El patinador ha pasado por la ducha; sin mucho convencimiento ha accedido a salir esa noche, por no dejar a sus amigos colgados...

Una terraza, perdida en el centro de la capital. Música, cócteles, alcohol y luces. Nada del otro mundo, sólo una manera de decirle adiós a la rutina. Y hay una cara conocida en la barra. "¿De qué conozco a esa tan pintada?" No es fea, no... pero tampoco consigue hacer memoria. Va acompañada de bastante gente, pero que ninguno le resulta familiar. La chica se ha girado y está mirándole también, parece que está pensando lo mismo "¿Y de qué me suena la cara de ese?".

Nada, ninguno logrará recordar que se han chocado por la mañana en el parque... y no será hasta después, en septiembre cuando coincidan en la misma universidad que se presentarán formalmente y se harán grandes amigos.

domingo, 19 de junio de 2011

Casas como cárceles

Increíble. A punto de tocar el cielo, urdiéndo planes maravillosos, armándome de valor para conseguir verte otro rato. Contentísima.

Por dejar ciertos asuntos de lado (que aunque los hubiera trabajado más no habrían variado), por no tener TODO bajo control, o símplemente por tener prioridades distintas. Por dejar la cabeza volar un rato...

Ahora me muero de rabia. Era genial. He pensado en hacer lo impensable... pero no sé hacerlo. Hasta marcharme. Era lo que más me apetecía en el mundo; y aunque no esté todo perdido lo cierto es que la meta estaba muy cerca. Gracias obstáculos, gracias barreras... hoy habéis conseguido que tenga ganas de quemaros, de destruíros. Nunca os habíais portado así conmigo. Las cosas cambian, las personas crecen, y puede que la ausencia de adolescencia sea el peor de vuestros males y mi perdición.

Y mientras a tí sólo puedo pedirte perdón por el plantón... un daño colateral.

domingo, 12 de junio de 2011

Presunción de verano

Lo echaré de menos: estaré en la orilla del mar o en las escaleras blancas y me acordaré de las noches del falso verano. De luces de Madrid, que estarán lejos. Lejos en el tiempo y en el espacio. Y creo que querré volver. El caso es llevar la contraria ¿verdad? Música, grillos y demás ambiente tal vez consigan que me olvide por un rato... pero no lo sé. Fiesta ibicenca, jardín perfumado y locuras varias.

Estaré entre los árboles, bailandole a la luna y al fuego y me acordaré... Me acordaré de los besos de gin tonic, de la lluvia en los hombros, de los nervios autónomos y de la risa del tejado. En las noches luminosas el ciervo caminará sigiloso entre la maleza, tan distinta de los cruces de calles grandes, pero el corazón irá igual de desvocado.

Marcharé a las tierras de los albinos, dónde el aroma a carne envuelve las calles empedradas y me acordaré... me acordaré de esa sensación de ir flotando por la calle, de despertarme sonriendo a los cinco minutos de haberme dormido, de los bolsillos, de lugares estratégicos y de las sonrisas entre apuntes. Pero lo real serán los idiomas extraños del momento.

Y al volver de las aventuras iré a casa y todo habrá sido como un sueño. Querré volver de nuevo a la evasión; pero por otro lado un camino largo se abrirá ante mí, y los antiguos recuerdos puede que vuelvan a estar en el plano de la realidad, por más tiempo.