domingo, 26 de junio de 2011

Aparcada,

Se ha metido en el bar ese, a pedir cambio. Con su chupa de cuero y sus gafas de sol. ¡Pero si es de noche! ¿Para qué las quiere? Es casi tan chulo como mi ciudad querida. Seguro que está sonriendo por ahí, haciendo comentarios imprevisibles, sarcásticos y arrogantes; y que la gente le escucha... ¿Fascinada? ¿Divertida? Desde luego que no me los imagino impasibles... En el fondo cala hondo.

Y yo sigo aquí, subida a la moto. No sé siquiera qué hago sentada... bueno, aparte de esperar a que vuelva con el cambio para el tabaco (¡Pero si yo no fumo!). Es de locos. Huele a mar y a cerveza barata... Yo, que iba para camionera, reconozco muy bien ese último olor; pero al final acabé de princesa (ya había demasiadas camioneras), y aquí estoy, buscando aventuras en ambientes lejanos al palacete... subida en la moto de un granuja.

Acaba de salir del bar, sonríe. Pero tiene una mejilla colorada. Ahora que se acerca más se ve que está sangrando... ¡Y el tío se ríe! Seguro que se ha pegado con alguno como él... Y lo único que suelta, el muy altanero, cuando voy a limpiarle un poco la herida con el pañuelo es "Déjalo, pequeña, ya lo haré más tarde". Y enchufa el motor (que ruge como una bestia) para salir volando con su cajetilla de tabaco y la compañía.

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