miércoles, 30 de marzo de 2011

...blues

Anselmo se sentó al piano y comenzó a tocar un blues. La pieza era muy azul, y evocaba tantas cosas...
Él era Anselmo, el caballero que había viajado a países lejanos, había rescatado a princesas maldecidas por brujas y había derrotado a bandidos y dragones.

Un silencio y una nota sincopada.

Él era Anselmo, el chico al que su querida tía Marta le había escrito cuentos dedicados cuyo héroe se llamaba como él.

Tonterías de pedales y teclas.

Él era también Anselmo, el chico aquel de la penúltima fila, que se sentaba y prestaba de vez en cuando atención en clase; y también era Anselmo, a quien le gustaba ir a la calle sin nada, ni llaves ni cartera y teléfono...

Y cuando se levantó del piano y el blues se murió, volvió a ser Anselmo: el chico que improvisaba blues cuando estaba enamorado.

Tú, yo, el salón... y el funk

Bailamos funk juntos, como si fueran los 70's. No hay bola de discoteca, ni pista, ni luces, ni dj, ni bebidas ni barra, ni humo; pero estamos tú y yo... y el funk; y no se necesita más.

De pequeña veía estos bailes y pensaba que era como pisar huevos con mucho cuidado, los bailarines iban por la pista de una forma tan suave, y tan casuales. Era llevar el pulso del funk en las venas; se trataba de dar palmas porque te lo pide el cuerpo, de darse la mano porque un solo de saxo lo pedía y de saltar de un lado a otro de la pista con ganas y sin forzarlo porque si no lo hacías no era vivir la música...


Ya no sé qué hora es pero los coros que acompañan a la voz de turno están llenando el salón y es cómo si al otro lado de la mesa hubiéramos contratado a un grupo para que nos amenizara la tarde.
Un solo de contrabajo, y unos saxos y ahora alguna pandereta suena de fondo. Tú, y yo, y el salón... y el funk. Tampoco es que mi cabeza pueda pensar mucho ya. Hace un ratito estábamos sentados en el sofá leyendo y moviendo la cabeza al son de la música, y ahora estamos saltando encima del mismo sofá al ritmo de la canción. Viene otra canción más pausada: ahora bajamos despacito (tap, tap, tap) hasta tocar el suelo para volver a subir y dar una vuelta rodeando la alfombra. "You and me 1,2,3..." Manos arriba, manos abajo. Juego de pies y muecas graciosas para grabar en fotos imaginarias.

Sigues sonriendo divertido con el plan que acabamos de improvisar; y yo también me río, pero empiezo a pensar que llevamos bastante tiempo porque casi no puedo respirar -esto de bailar es fatigoso-. Se está acabando el disco (sé que en cuanto se apague el tocadiscos volveremos al sofá y me dará mucha pena, porque así bailando contigo se está muy bien). Justo ha comenzado la última canción, me tomas del brazo y me llevas al centro del salón. Acordes de trompetas y trombones que se asoman por la puerta, las flautas traveseras tocan apoyadas en el mueble bar y la batería nos indica la entrada y el tempo desde detrás de la televisión. "Uuuuh!!" Como el agua por un canal subimos, bajamos y seguimos a nuestra banda personal... (ya unas meras notas y se habrá acabado) se reparten todos los instrumentos por las esquinas del salón y van bajando el tono de la melodía... arpegiado, con calma porque la obra va a llegar a la cima.

Y con el último acorde, interpretado casi con sorna, con chulería y desenfado, me besas en la mejilla con dulzura.
Tú, yo, el salón... y el funk.

viernes, 25 de marzo de 2011

Te dejaste el sombrero en mi casa



Querido Dionisio:
Ya sabes que esto no va a la carta, pero como eres tan amigo mío te lo concedo. A lo mejor no te gusta, pero yo hago lo que puedo y se acabó. Cuando pases tus ojos de girasol por estas líneas sonreirás e intentarás analizar mis pensamientos ¿Me equivoco? (Por favor, no te olvides de poner sello en la carta de respuesta, que sé cómo eres y hasta me puedo quedar sin saber si me estoy equivocando porque se pierda tu mensaje en la oficina de correos!). Puede que abras una nueva hoja de redacción y escribas algo relacionado con esto, o puede que no. Y tu nueva redacción quedará en lo más hondo de un fichero informático, dónde no llegará la luz por más que se esfuerce. (Si estoy en lo cierto, escríbemelo también en tu respuesta, ¡y con sello!) Pero algún día, con un poco de suerte y mucha persuasión me dejarás ojear ese santuario tuyo donde reposan tus días intensos que ya se han ido.

Pensaba el otro día en lo divertido que es pasar contigo la tarde. Y me daba mucha rabia que no estuvieras conmigo en ese momento... podíamos haber ido al último piso de un rascacielos enano a ver la oscuridad y a sonreír a la vidriera.
Pero tampoco hay que ponerse triste, cuando faltan sombreros siempre tenemos papeles y escribimos. Dionisio, si me marcho finalmente como está planeado, voy a echar de menos tu compañía; voy a querer meterte en una maleta y que salgas de ella cuando hallamos llegado a destino diciendo "¡Chán!"

No sé, puede que hoy no sea un día de inspiración... te llamaré más tarde. Aunque tú estarás con las voces invisibles que le hablan a uno desde la pantalla, y harás muchas cosas a la vez.
Somos caóticos pero ordenados; comenzó siendo "a lo yo" pero ahora hasta me contagias. Y cuando te voy a escribir, Antonini, pasan muchas cosas y no sé qué hacer para que me entiendas y para que las vagas líneas hablen de campamentos apostados en valles perdidos, de noches de fuego y de mañanas achinadas en pueblos manchegos...

En fin, que te dije que era porque me lo habías pedido tú, pero en realidad ya estaba decidido de antes... mejor nos tomamos unas cañas cuando te vea y nos reímos de todo: de lo tuyo, de lo mío, de todos.

Esperando que me llegue tu carta -con su debido sello- pronto,

Lulú

PD: Me manda Bob muchos recuerdos para tí, aunque ahora mismo se ha atragantado con una piedra, me marcho a ayudarlo. Y ahora que lo pienso, el motivo por el que te escribía es que te dejaste el sombrero en mi casa, ven a por el cuando puedas.


miércoles, 23 de marzo de 2011

El poeta

El poeta estaba a otro nivel. Él mismo lo sabía, pero a nadie más le parecía importar. ¡Qué sabrían ellos de lo que era arte y poesía! El poeta se atusó el bigote y se sonó la nariz: había perdido a su Musa. ¿Qué haría? Sin ella era todo tan difícil... Puede que su Musa pensara que era ella la que estaba siendo dominada por el carácter fiero de él, pero en realidad estaba claro que el poeta no era nada sin su Musa. Dependencia.

"¿Y de dónde demonios me saco yo una nueva Musa?" pensaba el pobre poeta "Yo no quiero ninguna niñata que se crea inspiración... yo quiero una Musa, y hoy en día es complicado encontrar una así..."

Es por esto que, cansado de buscar posibles candidatas asomado al balcón, el poeta se decidió a llamar a la oficina de búsqueda de musas por la tarde.
-Atención a poetas sin inspiración- dijo la locutora- ¿En qué podemos ayudarle?-
Seguro que esta era otra de tantas incompetentes que estaban allí recibiendo llamadas, aburrida mascando chicle con la boca abierta y sin prestar atención a los verdaderos problemas del arte.
-Verá, mi Musa se ha escapado, y me gustaría conseguir otra, pero...-
-Bien, pues le pongo en lista de espera... hay mucha gente como usted-
-Pero no puedo esperar... ¡La primavera va a llegar en seguida y yo no puedo recibirla sin una Musa!-
-Ya... mire, ya le he comentado que usted no es el único. Sólo podemos mandarle un sustituto... pero hay que seguir el protocolo en la adjudicación de musas. No podemos hacer nada más.-
- ¡¡¿Un sustituto?!! ¡Y seguro que será de segunda mano y todo! ¡Venga hombre! Me da igual que haya otra gente como yo... ¿No lo entiende? ¡¡Yo estoy a otro nivel!!-
-Ya, eso dicen todos...- contestó la locutora, y un ¡Pop! sonó en la distancia, indicando que la mascadora de chicle acababa de explotar una pompa rosa gigante- disculpe, pero hay más llamadas que atender, de todas formas se puede dar de baja de la lista de espera en cuanto lo desee. Buenas tardes.-
Y el poeta quedó hablando con el pitido desagradable de la máquina. ¿Un sustituto? ¿Un vulgar muso? ¡¡¿Yo?!! Ni hablar, él no era un cualquiera, antes moriría de soledad que inspirarse de un... un... "musucho".

En realidad, el poeta quería a su Musa de vuelta. Sin ella los poemas no tenían sentido, el agua de las tuberías no le contaría historias venidas de lagos lejanos, el sol de mediodía no haría ruido al entrar por la ventana y la las hormigas que vivían en la maceta del balcón no bailarían al amanecer.

Desolado, el poeta se sentó en el sillón; se atusó el bigote y se sonó la nariz... no lloraría. Por una Musa no se llora... pero por una primavera sin Musa sí. Y ahora él, un poeta a otro nivel, estaba condenado a esperar para siempre en una lista sin sentido con hombres y mujeres que decían ser poetas. Volvió a atusarse el bigote y se levantó del sillón. "¿Y si vuelve?" Se preguntó. Y por eso se acercó a la puerta de la entrada de su casa de poeta, quitó el pestillo y dejó la puerta entornada... quizás su Musa volvería. Se sentó en el sillón de nuevo y trató de componer versos... pero no podía. Gruesos lagrimones cayeron de sus ojos de poeta, y para cuando la luz del sol -sorda- dejó de alumbrar las páginas arrugadas y esparcidas por el suelo del piso el poeta se había dormido desconsolado.

Masu llegó tarde, serían las 12 de la noche y se extrañó de que la puerta estuviera abierta. Después lo vio allí, sentadito, con las gafas un poco torcidas y el cuaderno de notas ("ilustrísimo cuaderno blanco" como lo llamaba él) en su regazo. Masu sonrió con dulzura; sin duda se había quedado dormido esperando y seguro que ni habría visto la nota que le dejó en su escritorio:
"Voy a los congresos de jardines, llegaré tarde así que no me esperes despierto.
 Te quiero, Masu"

Y seguro que también se habría tomado su retraso como algo fatídico. Pero ella le quería así, tan desordenado, impulsivo y "terremótico" como le llamaba a veces. Tomó una manta del armario y le tapó con cariño.

Aquella noche el poeta tuvo el sueño más maravilloso que tendría jamás. Seguro que fue gracias a la presencia de su Musa, que no se había olvidado de él; el problema está, en que al día siguiente no lo recordó. Y por la mañana, como si nada de la noche anterior hubiera sucedido, el poeta despertó a su Musa con un desayuno primorosamente preparado.

martes, 22 de marzo de 2011

Una escena cualquiera, con dos personas cualesquiera... que están en Madrid

-¡¡Las he conseguido!! ¡¡las he conseguido!! ¡¡No te lo vas a creer!!- viene hacia mí corriendo, ella tan alegre como siempre... bueno, más, mucho más. Sabe que nos hace ilusión, a los dos; y cada año que pasa nos seguirá haciendo ilusión. Sube los escalones de dos en dos y llega hasta la parte del parque de Nuevos Ministerios en donde estoy yo.
-¡Déjamelas ver, anda!- le pido intentando forcejear con los trocitos de papel amarillo que agarra con firmeza entre sus manos pequeñas.
-¡¡Jajajaja!! ¿No te fías o qué? Son como siempre; miralas, así, desde lejos... se mira pero no se toca- me riñe mientras se sigue riendo.
-Este año va a ser brutal, me han dicho que han contratado a un par de acróbatas para que actúen mientras tocan "Start me up"- le comento mientras sigo intentando quitarle las entradas.
-Pero si no lo necesitan... seguro que hay miles de personas, como tú y como yo que irían aunque el concierto fuera en un descampado y con guitarras acústicas-
-O raquetas de tenis en vez de guitarras-
-¡Jajajajaja!- se vuelve a reír y el pelo rubio le tapa la cara pecosa- ¡Qué cosas! Y ya puestos, tapas de cubos de basura en vez de batería...-
-Pobre Charlie ¿no?-
-¿¡Cómo que pobre Charlie!? ¿Y el resto qué? Peor lo pasarían Mick, o Richards con raquetas...-
Hace un buen rato que he conseguido quitarle las entradas de la mano; se limita a reírse. ¿Se reirá de mí? No lo sé, pero hace que incluso si se estuviera riendo de mi fuera una risa cómplice y buena. Nos reímos.

Está poniendo una cara muy rara... debo de parecer tonta por reírme tanto. ¡Pero no puedo parar! Ha seguido hablando y contando una serie de ideas -cada cual más descabellada que la anterior- y ahora me duele la cara de reírme.
-¿Qué hacemos ahora?- me dice viendo que me he parado de reír.
-Pues no lo sé...- estoy como ida hay que admitirlo: ¡Reírse cansa!
-Vámonos al bulevar- y sonríe mientras dice esto. Siempre el bulevar, ¿Por qué le gustará tanto ese sitio? Bueno, así como a mí me gusta el césped (no importa qué césped ni dónde) pues a él le gusta el bulevar.
Es verdad que la Castellana en primavera es genial... la llenan de flores y de árboles nuevos, y pasear por allí es un gusto.
-¿Y un helado?-
-Va, y un helado- coge la chaqueta y comienza a marcharse... sin mí, que sigo aquí intentando ordenar todas las cosas que llevo a rastras: el bolso, el abrigo, la chaqueta, mi gorro y las bolsas.
-¡Por favor! ¡No te olvides de mí así!-
Se gira en seguida y ahora es él quién se ríe; pone esa mueca que me pone tan nerviosa pero viene a ayudarme con los bultos.
-Yo sigo sin entender porqué llevais tantas cosas; no se necesita más que un abrigo, la cartera y el móv...-
-Si en el fondo tienes razón. Pero a mí me gusta, siempre que no te marches así, tan rápido-
Se pasa la mano por el cabello pelirrojo, alborotándolo aún más y me dice que no me preocupe; que tampoco se va a olvidar así como así.
-Además- le suelto mientras llegamos a nuestro rincón del bulevar- ¡Las entradas las tengo yo!-


Llegando a casa, sin ganas de trabajar...

No es de los mejores momentos, pero es agradable; muy agradable. Llegas a casa, y tiras las llaves a algún rincón de la habitación -que mañana por la mañana no recordarás- dejas la mochila en el suelo y poco a poco te vas librando del abrigo, los zapatos...

No hay ganas de trabajar; ni palabras, ni cálculos, ni estudios... ¡Ha sido un día duro! (Bueno, puede que estés exagerando un poco, pero un día es un día y cualquiera se lo puede permitir)

Puede que haya cosas desperdigadas por la habitación (ropa, libros cuadernos, incluso bombones y colonias) pero -a excepción de las llaves- controlas con gran precisión dónde está cada una de ellas. Y buscas el ordenador. No cuesta mucho encontrarlo, está en su funda roja; colgada por el asa en la percha metálica de la pared. Lo sacas con cuidado, lo enchufas y esperas a que arranque mientras miras de reojo los bombones... "na, luego" piensas; y es en ese momento cuando ya está listo el PC. 

Te sientas en el puf y con el ratón buscas el icono de internet... una serie; LA serie.
Hacía siglos que no veías un capítulo, y eso vas a hacer.
Sonríes y te dejas llevar, por la chorrada que te cuentan los personajes -sabes que tu vida es 100 más... auténtica, que hasta te sorprende más que las cosas que les pasan a los protagonistas, pero igualmente te engancha y es una manera muy eficaz de desconectar-, por los diálogos, los escenarios... y así, como si te comieras un bombón, saboreas el capítulo, y sabe a poco; pero ahora sí que toca ponerse con las cosas de diario.

Aún así, ¡Qué momento! No hay nada como ver problemas y cuestiones ajenas e imaginarias para entretenerse y más tarde descubrir lo divertido y bueno que es lo propio.

jueves, 17 de marzo de 2011

Then and Now

Yo quería meter los pies en el agua y saludarte con la mano desde lejos. Quería sonreírle al viento y más tarde sentarme en la arena -ya fría porque se estaba yendo el sol- a ver como empezaban a salir las estrellas.
Quería después tumbarme y ponerme una chaqueta fina, de verano; y más tarde escribir palabras con la mano para dejar que se las llevara la marea (aunque en algún rincón de la memoria se quedarían para siempre).
Y cuando los fuegos artificiales empezaran a estallar subiría a la duna para verlos mejor. Y quería que estuviéramos todos juntos. Tostados de sol y de brisa, cantando nuestras tontas canciones. Sonriendo.


Yo quería todo esto, pero era marzo y llovía a cántaros... aunque también la lluvia es bonita ¿no? Y se puede cantar igualmente.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Encrucijada

-Tengo miedo- me decía mientras nos sentábamos al pie de aquel árbol frondoso.
-¿Por qué?- le respondí yo dándole una palmada amistosa y reconfortante (o eso intenté) en el hombro.
-Siempre me pasa lo mismo... es como una pesadilla con tragos dulces- tomó aire y prosiguió abriéndome su alma- llego a la encrucijada; no hay nadie para ayudarme. Hay dos caminos y no sé cuál escoger. Uno limpio, sin árboles casi, asfaltado y llano... que acaba en un barranco; el otro es diferente: tiene árboles por todas partes y no se ve muy bien el final son todo rocas que impiden el paso, troncos caídos que hay que esquivar...-
Nos miramos y me sonrió.
-Siempre tomo el mismo ¿Sabes cuál?-
-No, pero puedo averigüarlo; el asfaltado ¿no?-
-Exactamente-
-¿Y qué ocurre después?-
-Lo de siempre- me dijo con aire apenado - recorro el camino a toda prisa, como si no pudiera soportar la idea de saborear el trayecto, y cuando llega la parte más importante, cuando parece que todo va viento en popa y voy a llegar a mi destino... aparece el barranco y se acaba todo.-
-Ven- le dije tomando su mano- siempre ha sido así pero las cosas pueden cambiar antes de que...-
-Lo dudo,-me cortó- muchas cosas dependen de las personas, y éstas nunca cambian- añadió dándole dureza a su voz.
Cogimos nuestras cosas y volvimos al sendero. Y le dije que cerrara los ojos. Caminó con los ojos cerrados, llegamos a la encrucijada y todavía sin ver nada se decantó por un camino.
-Todo puede ser distinto ¿Sabes? -le dije- Pero sólo si no nos ofuscamos y salimos de nuestra teoría. Ahora cuando abras los ojos no te despidas de mí, te veré al final. Pero eso sí, tienes que avanzar. No vale ir por el otro lado, porque entonces no nos volveremos a encontrar-
Abrió entonces los ojos y no miró atrás ni se despidió de mi; se dio cuenta del camino que había escogido, a ciegas, pero mirando con el corazón. El buen camino, el que llevaba a un destino. Con decisión fue dando pasos mientras oí como se reía por lo bajo, y poco a poco se perdió esquivando rocas y troncos caídos.
No sé si se llegó a enterar de que yo no había tenido nada que ver en su elección, sólo sé que cuando nos volvimos a ver éramos diferentes, todavía complementarios, pero diferentes.

 

Me sabes...

Me sabes a ron con miel
y cuando bajas por la garganta
cada parte del ser alcanza
rayos de sol y de bien

Me sabes a ron con miel
tonos ocres y dorados

de locura y desenfadados
que me contagian también

Me sabes a ron con miel
que suaviza la garganta
y aunque también la atraganta
arde con fuego después

Y tras la llama y el chaparrón
yo sólo quiero:
miel con ron                                                                         
                          

viernes, 4 de marzo de 2011

Snowy afternoon

Camino mirando al cielo,
clamores en mis oídos
que marcan el suave ritmo
de copos que van cayendo

Con claveles por mejillas,
por nariz una cereza,
pensando sin la cabeza
van mis pasos sin más prisa

Calle callada y de blanco
blanco como el frío humo;
parece pararse el mundo
por las perlas de ese llanto

Reencuentro

Pepa me dijo que no la reconocería: se había cortado mucho el pelo. Un viaje largo desde Roma, pero ya estaba en casa (aunque fuera a ser sólo por unos días, para luego volver con los niños y Pietro). Antes de partir les envié un mail a todos: Pepa, Salo, Irene, Alberto, Sergio, Ricardo, Inés, Carmen,  Miguel... ¿Cuántos años hacía de nuestras andanzas por el Ramiro? Al pensarlo me salió esa sonrisa suave que se me escapa cada vez que pienso en las cosas que me enternecen.
Casi todos habían contestado: Salomé también estaría por aquellas fechas en Madrid y Alberto había prometido buscarse algún vuelo incluso aunque fuera de ir y volver a Londres en el día. Ricardo, Sergio y Miguel aseguraron que no faltarían y hasta Andrés (que en sus días era un pillo y no le importaba saltarse las clases) nos había pedido una fecha específica para que no le coincidiera con el trabajo.
“A las 9.30 en Sol” ¿Cuántas veces habíamos quedado allí? Seguramente muchas. El tiempo había conseguido sacar de mi una buena puntualidad por eso salí de casa de mis padres a la hora; seguro que ninguno de ellos se lo esperaría.
Yo sigo como siempre (a lo mejor he cambiado detalles como la puntualidad), bueno, o al menos eso me dicen mis hijos cuando miran mis fotos de juventud: “¡Mamá estás igual!” Les encanta que les hable de las aventuras que pasamos, de las fiestas he hicimos y hasta de vez en cuando (pero poco, que sino lo tomarán como ejemplo) me permito hablarles de los días que hacíamos pellas en el Vips que estaba cerca del instituto. Es Giorgio el que más me pregunta de los tres, le encanta comentar las fotos que tengo en la caja rosa. “Mamá, ¿Por qué esa caja rosa?” Y entonces le explico que esa caja me la regalaron un día y desde entonces todos los recuerdos van a parar ahí dentro. “Mamá, ¿Quiénes son esos que salen en la foto?” Y entonces le cuento que con ellos pasé mi mejor etapa en el colegio, que son mis amigos y que algún día tendrá que conocerlos. “Y mamá, ¿No te daba miedo que os pillaran fuera de clase y luego os castigaran mucho?” Y entonces tengo que decirle que estaba muy mal, y que sólo lo hacíamos porque sabíamos que llevábamos muy bien la asignatura.
Voy andando por la calle Fuencarral, casi todas las tiendas han cambiado... pero sigue siendo el mismo ambiente, que consigue que vuelva a aparecer la dichosa sonrisilla. Al llegar a determinada altura de la calle, tuerzo a la derecha, necesito saber si sigue allí. Durante los dos años de bachillerato, tomamos como tradición ir después de mis conciertos de piano a tomar algo a un sitio italiano de comida para llevar de la plaza de San Ildefonso. Llego a la plazuela y vuelvo a sonreír como una tonta: sigue allí.
Estoy llegando a Sol y sigo pensando en los cambios, seguro que aunque no me dé cuenta hay cosas en las que ya no soy la misma; pero, ¿y ellos? Por lo que me ha contado, Pepa se ha cortado el pelo, ¿De qué color? ¿Es oscuro como cuando la conocí o lo lleva tan claro como aquel año a la vuelta del verano? Intento imaginármela pero no se me ocurre cómo puede estar con el pelo corto. ¿Y Alberto? ¿Seguirá tan delgado? Tengo muchísima intriga por ver cómo estarán todos... Y en estos pensamientos llego a Sol. Las 9.31, no soy tan puntual después de todo. Llego a la salida de “la ballena” que es como llamábamos al intercambiador, y espero. Suena el teléfono en seguida, Ricardo de Balbin dice mi móvil italiano, y el oír su voz es como retroceder diecisiete años.
-¡Ricardo! ¿Dónde estáis?
-¡Qué tal? Estamos aquí Miguel y yo y ahora llegaremos, ¿Y el resto?
-Estoy sola en la salida del intercambiador, no ha llegado nadie aú...
Y entonces llegan Salomé y Alberto (o al menos creo que son ellos, porque sin gafas no veo muy bien de lejos).
-Pues en seguida estamos ahí.- Y cuelga.
Están casi como yo les recordaba, algo menos morena Salomé (será el clima alemán) y Alberto con más canas. Pero están igual, y cuando me dan un abrazo y comienzan a hablar vuelvo a tener 17 años. Poco a poco van llegando todos, Sergio aparece con su mujer e Irene con su marido, cada uno tiene su historia... y nos la contarán a lo largo de la noche. Pepa está totalmente cambiada, tiene un corte melenita que jamás habría imaginado y está guapísima. El último en llegar es Álvaro, que no le querían soltar en la oficina (con todo el problema del conflicto del Sáhara tienen mucho que hacer estos días). Y entonces nos movilizamos al restaurante.
-¿Te acuerdas? Antes, demasiado pequeños para ir a los bares de copas dónde no nos querían vender ni una cerveza, y ahora... no sé si estamos demasiado viejos para esto eh...
-¡Pero qué dices Alberto! ¡Que tú siempre has sido un juerguista y no puede ser que ahora no te apetezca tomar nada después de la cena!-
-Yo estoy contigo Salo, ¡Qué todavía tenemos edad para muchas cosas! ya veréis en la próxima quedada... si seguimos quedando con tanto tiempo entre una vez y otra...
Y entre unas cosas y otras nos vamos contando qué ha sido de nosotros en estos años, en qué trabajamos, nuestras familias, los hijos... Por supuesto la tecnología ayuda mucho: casi todos tenemos fotos en los móviles que van rulando por toda la mesa (las mías son de Giorgio y sus hermanos). Me fijo entonces en Inés que está sentada a mi lado, lleva un blusón morado, siempre fiel, estilosa en su línea de vestir. Y a raíz del tema de las familias sale la gran noticia: Inés está embarazada, es el quinto pero no saben todavía si va a ser niño o niña. Incluso nos sorprendemos al oír la noticia (aunque en realidad en el fondo todos nos la esperábamos). Los cónyuges que han venido son simpatiquísimos, parece que les agrada conocer parte del pasado de sus parejas y se integran muy bien en el ambiente; son gente interesante y con inquietudes, acordes con sus parejas.
Es curioso ver dónde ha acabado cada uno: Ricardo, cómo apuntaba, está de profesor de universidad dando Historia, contentísimo; Salomé, de traductora de un organimo del Parlamento Europeo con sede en Frankfurt; Sergio se cansó del periodismo y ha llegado a lo más alto escribiendo poesía (¡seguro que nuestros nietos estudian su obra, como nosotros a Machado!); Camen nos habla de su vida en Japón, y pese a que le tomábamos un poco el pelo con aquello de la belleza de los modelos japoneses que tanto le gustaban, hay que reconocer que Yoiko, el chico con el que lleva ya una buena temporada, es guapo y muy simpático; y Álvaro se dedica a la cooperación internacional, ¡Estaba clarísimo!
Pero de las mejores partes de la noche es el momento en que recordamos anécdotas:
-¿Os acordáis de cuando nos fuimos de interrail?- Nos pregunta Andrés
-¡¡Jajajajaj!! ¡Pero si lo mejor de todo fue planearlo! Dos semanas enteras dejando de atender en clase porque mirábamos por debajo de la mesa un montón de planos de carreteras de Italia y de Croacia.- Nos recuerda Salomé mientras se desternilla.
-Pero fue un viaje impresionante ¡eh! Que lo organizamos muy bien, aunque luego no fuera como lo habíamos pensado en un inicio...
-¿Y la fiesta que se hizo por halloween? Hay que reconocer que fuimos mejorando los planes de primero a segundo.
-¡Hombre, un plan de botellón de quinceañeros es fácil de superar!- le digo a Sergio.
-¡Pues yo me quedo mejor con la fiesta de Alberto y de Elena de los ochenta! Íbamos todos con hombreras y cazadoras, ¡Y con unos pelos!
-El vestido de tu madre que llevabas, Pepa, era impresionante. Y es que esa fiesta era difícil de superar: trabajamos un montón para organizarla.-
Y luego acabamos mencionando hasta los líos del curso, hay parejas que ahora no nos pegan nada, y amistades que se nos hacen extranas, casi olvidadas.

En fin, prácticamente me paso toda la noche con la sonrisa en la cara, y si no con la carcajada en la boca. Son fantásticos: ahora y siempre, lejos y cerca; les quiero muchísmo y los he echado de menos. Por eso este verano han accedido todos a pasar unos días en Roma, es hora de volver a la convivencia cercana, al día a día con ellos, a mantener el contacto mejor de lo que lo hemos hecho estos diecisiete años

Cuadernos nuevos, páginas en blanco

Abro la puerta, no importa que estén a punto de cerrar, sé que necesito tiempo para estas cosas y siempre me pasa lo mismo: llego tarde. Debería tener más en cuenta que me gusta pensar antes de comprar, uno no compra cosas que no sirven o que no vaya a utiliza ¿no? (Bueno, a no ser que sea un consumista)
El caso es que paso todos los estantes, no hay nada que necesite, pero todo me llama. El olor del papel nuevo, a tinta, pegamentos, celo y lapiceros consiguen que me anime aún más... Tengo que agacharme y casi caerme al suelo para inspeccionar las baldas más bajas: las de las acuarelas; y ponerme de puntillas (también hasta casi perder el equilibrio) para ver las más altas: las de los postits.
En la pequeña tiendecita (pese a lo modesta que es, es impresionante la cantidad de cosas que tienen) comienzan a pedirnos que nos demos prisa, sólo hay otro comprador más aparte de mí.
Y lo cojo: es liso, marrón claro e imita el cuero; sus páginas están nuevas, sin manchar ni tocar y me recuerdan a las islas que encontraban los aventureros, aquellas islas desiertas en las que todo podía pasar. ¿Qué me pasará a mí? No lo sé, pero para algo está este cuaderno en el mostrador y estoy pagando 9,50€
Salgo a la calle con mi pequeña adquisición bajo el brazo. Sopla algo de viento y aunque hacía sol hace dos minutos ahora caen ligeros copos de nieve sobre mi abrigo de cuadros.
Ya tengo lo que necesitaba: un cuaderno nuevo, una página nueva para un comienzo nuevo, el resto de cuadernos se quedarán conmigo (no los voy a tirar, siempre puede ser que quiera volver a leerlos y recordar mis aventuras pasadas) pero este hay que empezar a rellenarlo.
Me voy a casa a escribir.