Anselmo se sentó al piano y comenzó a tocar un blues. La pieza era muy azul, y evocaba tantas cosas...
Él era Anselmo, el caballero que había viajado a países lejanos, había rescatado a princesas maldecidas por brujas y había derrotado a bandidos y dragones.
Un silencio y una nota sincopada.
Él era Anselmo, el chico al que su querida tía Marta le había escrito cuentos dedicados cuyo héroe se llamaba como él.
Tonterías de pedales y teclas.
Él era también Anselmo, el chico aquel de la penúltima fila, que se sentaba y prestaba de vez en cuando atención en clase; y también era Anselmo, a quien le gustaba ir a la calle sin nada, ni llaves ni cartera y teléfono...
Y cuando se levantó del piano y el blues se murió, volvió a ser Anselmo: el chico que improvisaba blues cuando estaba enamorado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario