No es de los mejores momentos, pero es agradable; muy agradable. Llegas a casa, y tiras las llaves a algún rincón de la habitación -que mañana por la mañana no recordarás- dejas la mochila en el suelo y poco a poco te vas librando del abrigo, los zapatos...
No hay ganas de trabajar; ni palabras, ni cálculos, ni estudios... ¡Ha sido un día duro! (Bueno, puede que estés exagerando un poco, pero un día es un día y cualquiera se lo puede permitir)
Puede que haya cosas desperdigadas por la habitación (ropa, libros cuadernos, incluso bombones y colonias) pero -a excepción de las llaves- controlas con gran precisión dónde está cada una de ellas. Y buscas el ordenador. No cuesta mucho encontrarlo, está en su funda roja; colgada por el asa en la percha metálica de la pared. Lo sacas con cuidado, lo enchufas y esperas a que arranque mientras miras de reojo los bombones... "na, luego" piensas; y es en ese momento cuando ya está listo el PC.
Te sientas en el puf y con el ratón buscas el icono de internet... una serie; LA serie.
Hacía siglos que no veías un capítulo, y eso vas a hacer.
Sonríes y te dejas llevar, por la chorrada que te cuentan los personajes -sabes que tu vida es 100 más... auténtica, que hasta te sorprende más que las cosas que les pasan a los protagonistas, pero igualmente te engancha y es una manera muy eficaz de desconectar-, por los diálogos, los escenarios... y así, como si te comieras un bombón, saboreas el capítulo, y sabe a poco; pero ahora sí que toca ponerse con las cosas de diario.
Aún así, ¡Qué momento! No hay nada como ver problemas y cuestiones ajenas e imaginarias para entretenerse y más tarde descubrir lo divertido y bueno que es lo propio.
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